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No estaban los sedicientes músicos muy diestros en materia de aires señoriles, pero eran muy amables y pacientes los obsequiosos petimetres; y á fuerza de piafes y silbidos, lograron enseñar al violinista el wals de las patatas.

Se decía que sus cabellos eran negros como la endrina, que sus ojos brillaban como dos soles, que tenía manos muy bellas y señoriles, y que la palidez mate de su terso y blanco rostro estaba suavemente mitigada por el sonrosado y vago matiz que arrebolaba sus frescas mejillas.

En las piernas no llevaba más que unas polainas de brocado azul estrechamente ceñidas a las pantorrillas y tobillos; hubiérase dicho que aquella mañana se le había olvidado ponerse los pantalones, pero eran tan señoriles sus modales, que disimulaban por completo la pretendida falta de aquéllos. Aunque de gravedad espartana, era persona fina y hablaba con facilidad el inglés y el francés.

no sabes qué pena es no tener patria verdadera cuando el cuerpo se fatiga, quiere descanso y el alma pide paz y vivir de recuerdos. Yo antes no pensaba así. Pero , tus manías de moral estrecha, hasta tu caserón vetusto con sus aires tradicionales, señoriles, todo eso se me ha metido por el alma.

Un parque de eucaliptos rodeaba el espacioso y antiguo caserón de la estancia, hecho al estilo colonial: gran patio con aljibe en el medio y un techo de tejas recaído sobre la galería exterior. Era el señor Molina un hombre de hábitos señoriles y sencillos. Apegado al recuerdo del Buenos Aires viejo, aceptaba, sin amarlas, todas las innovaciones modernas y el espíritu de las actuales costumbres.

Bonis sintió que el rostro de los más indiferentes, hasta el de los pilluelos que esperaban la calderilla, tomaba expresión de interés, de cierto enternecimiento. Las luces parecían cantar también al oscilar con ritmo; brillaban más rojas; los dorados del cura y del baptisterio se hicieron más intensos, más señoriles; los monaguillos, tiesos, solemnes, daban indudable respetabilidad al acto.

El Gobierno va por sucesión, y el hijo primogénito del cacique gobierna á los jóvenes y se cría con espíritus generosos y señoriles, y cuando llega á edad de manejar los negocios públicos, gobierna en lugar de su padre, que da al hijo la investidura y posesión del Gobierno con muchas ceremonias y ritos; mas no por eso los vasallos pierden el amor y respeto al señor pasado; antes, cuando pasa de esta vida, le hacen solemnísimas exequias con infinitas supersticiones y llantos, y su sepulcro es una bóveda subterránea bien fortificada con palos y con piedras para que la humedad no corrompa los huesos y la tierra no le sea pesada.

Era por aquel tiempo el marqués, sin ser derrochador, bastante libertino; pero no con aquel aristocrático libertinaje de los Lauzun y los Frousac, señoriles hasta en sus vicios, caballerescos hasta en la infamia, que sacudían de todo lo vulgar y grosero, con la misma elegante pulcritud con que sacudían el polvillo del perfumado tabaco de sus chorreras de encaje.

Una mañana, en el salón principal del Paseo Grande, solitario a tales horas porque pocos confiaban en aquel anticipo de primavera, vio don Álvaro allá lejos la silueta de un clérigo. Era alto, sus movimientos señoriles. Era el Magistral. Estaban solos en el paseo; tenían que encontrarse, iban uno enfrente del otro, por el mismo lado. Se saludaron sin hablar.

La luz penetraba el alabastro de sus manos señoriles, aguzadas por la aspiración continua de la plegaria. Ella solía interponerlas ante la luz de los candelabros para considerar el aviso fúnebre de sus propias falanges y meditar en el fin que a todos nos espera. Ramiro la miró con asombro. Los rasgos de doña Guiomar estaban visiblemente demudados por alguna grave pesadumbre.