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Nos vamos a casa, me acuesto entre sábanas y allí pasaré lo que me resta. Fortunata insistía en que no se moviese, pero él se levantó y se puso la capa. No hubo más remedio que emprender la marcha para la otra casa. «Tía dijo Maxi , que no se olvide el frasco de láudano. Cógelo , Fortunata, y llévalo.

»Y por la noche, cuando me acuesto, pongo el relojito sobre la mesilla: su andar suave resuena en la alcoba. ¡Mar-cha! ¡Mar-cha!, parece que me dice. Y yo marcho, Pepita; yo leo una muchedumbre de libros, yo emborrono una atrocidad de cuartillas, pero esa gloria tan casquivana no llega, no llega... »Adiós; escríbeme. «Pepita: Ya soy un periodista político terrible.

Estoy un poco delicada; me duele el pecho; a veces me cuesta trabajo respirar y paso algunas noches sin dormir. ¿Sabe usted?, desde que me acuesto, parece que se me pone una piedra aquí... Mi hermana me manda lo que necesito para pasarlo desahogadamente y con descanso. Vivo con unas señoras muy decentes, que me quieren mucho.

Yo, cuando subo a casa de un pobre y me entero de su vida, y le socorro y le aconsejo; cuando doy vueltas por Madrid buscándole alguna colocación, estoy entretenidísimo, tanto como cualquier señorito en los bailes de Montijo, con la diferencia de que mientras él llega a casa al amanecer, hastiado, ojeroso y mustio, yo me acuesto tranquilito a las doce, y si he hallado empleo para mi hombre, me duermo más contento que el Rey de Prusia, y si no lo he hallado, me levanto por la mañana con ánimos para revolver todo Madrid... Dime ahora, ¿quién entiende mejor la vida, él o yo? ¿Quién es aquí el egoísta?... Voy a ponerte otro ejemplo.

Sin temor de ninguna clase me echo el jarro lleno sobre el cuerpo... Por la noche me acuesto en cuanto puedo... A la comida, agua pura... Los alimentos sanos, nutritivos... Y en cuanto a esas porcuzas que acaban con los hombres, siempre procuré tenerlas lejos... Cuando era estudiante, hubo una que hasta quiso ponerme casa; pero yo alcé el bastón ¡barájoles! y, si no se me escapa pronto, la dejo como una breva.

Y como ya es de noche y me siento fatigado por el precipitado trajín, por el viaje, por el cansancio, me retiro a casa con ánimo de acostarme. Sin embargo, no parece bien que estando Sarrió en Madrid, yo me acueste tranquilamente sin haberle visto. Por lo tanto, no me acuesto. Es posible me digo que vaya al teatro esta noche. ¿A qué teatro? ¿A un teatro honesto o a un teatro levantisco?

Vete á tu cuarto ... Yo voy á dar una vuelta para vigilar y ver si todo está tranquilo. Yo mismo cerraré las puertas y las ventanas para que puedas dormir en paz.... Tienes razón. Subo á mi cuarto, cierro con llave la puerta del de Herminia y me acuesto. Buenas noches; hasta mañana. Eran las diez. Herminia estaba todavía leyendo en su cuarto. Reinaba un profundo silencio.

Escabullóse, sin esperar respuesta, y desapareció. La culpa me la tengo yo masculló Rocchio volviendo a su sitio, yo, que me acuesto con estos mequetrefes sin responsabilidad. ¡Sacramento!

«No, no, no gritó Jacinta más bien airada que impaciente . Ahora mismo... ¿Crees que yo puedo dormir en esta ansiedad?». Pues lo que es yo, chiquilla, me acuesto dijo el Delfín, disponiéndose a hacerlo . Si creerás que te voy a revelar algo que pone los pelos de punta. ¡Si no es nada...!, te lo cuento porque es la prueba de que te han engañado. Veo que pones una cara muy tétrica.

Guillermina dio dos golpecitos en la puerta, y abriéndola un poco, asomó por ella su cara sonrosada y sus ojos vivos. «Hijo, al ver la luz en tu alcoba, dije: ese pobrecillo estará en vela todavía. Veo que acerté. ¿Qué es eso?, ¿has pasado otra mala noche?». Ya lo ves. Pasa. No he dormido nada. ¿Y ? ¿Yo?, del lado que me acuesto, amanezco.