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-Pues en verdad, amigo Sancho -dijo el duque-, que si no os ablandáis más que una breva madura, que no habéis de empuñar el gobierno. ¡Bueno sería que yo enviase a mis insulanos un gobernador cruel, de entrañas pedernalinas, que no se doblega a las lágrimas de las afligidas doncellas, ni a los ruegos de discretos, imperiosos y antiguos encantadores y sabios!

No puede ser, querido: esas brevas son demasiado fuertes para ; yo gasto unos cigarros más flojos... aquí tiene V... si V. gusta... Muchas gracias: yo necesito que pique un poco el tabaco; lo flojo no me sabe a nada... ¡Milagro será pensó Miguel que te tragues esa copaza y esa breva! Pues como le iba diciendo, Sr.

El duque se dejaba venerar observándolos con mirada más socarrona que enternecida. Cuando volvían la espalda para irse, seguíalos con los ojos, bajaba los párpados lentamente, revolvía entre los labios la breva americana y se iba bosquejando en su rostro una sonrisa burlona que duraba todavía algunos segundos después de perderlos de vista. Las cosas siguieron en el estado de antes.

Si sabe más que Cánovas esa tía. Al sobrino le he visto algunas veces. que es tonto y que no sirve para nada. Mejor para ti; ni de encargo, chica. No podías pedir a Dios que te cayera mejor breva. bien puedes hacer caso de lo que yo te diga, pues tengo yo mucha linterna... amos, que veo mucho.

Ahora, le daremos el último empujoncito al amigo: que me coloque a Jacinto, de cualquier cosa; ese zanguago no puede estarse brazo sobre brazo... y veremos cómo va la concesión pendiente del Congreso; ¡quién sabe! si cayera esa breva todavía... ¡Cómo me miran todos!

Presentado había ya su proposición a las Cortes, cuando fué llamado con gran urgencia por el Ministro de la Gobernación, su especial amigo. Acudió a la cita más que de prisa; encerróle S.E. en el camarín más oculto de su despacho; y después de pasarle la mano por el lomo y de regalarle una breva, ¿Cómo anda usted de fondos en Madrid? le preguntó en seco. Don Simón se quedó petrificado.

Si hubieras hecho lo que yo te aconsejé... Yo te decía: «Guarda, aprovéchate; sácale a ese hombre el redaño y ve poniendo en el Monte para el día de mañana...». Pero , grandísima pandorga, con gastar y gastar... Aquí parece que siempre está la gata de parto, según se gasta y derrocha. ¡Tía, dos mil! Dos mil puñales... Ande usted... No, no te caerá esa breva.

No le queda más que , y serás al cabo el que se coma la breva... Además, por más que otra cosa digan, a las mujeres les gustan los hombres como , robustos... porque eres un roble, chico añadió volviendo hacia él la cabeza con admiración. Granate dejó escapar un mugido corroborante. El marica le pasó las manos por el torso, como profundo conocedor de las formas masculinas.

El indiano sacó la petaca: la gentil heredera tomó de ella una breva, le arrancó con sus dientes etiópicos la punta y pidió por señas un fósforo. Granate se lo ofreció encendido, sacudiendo al mismo tiempo la cabeza en señal de disgusto. Cuando hubo dado dos o tres chupadas, puso un gesto avinagrado y exclamó: ¡Qué cigarros tan infames! Mira, fúmatelo . Y se lo puso en la boca.

Sin temor de ninguna clase me echo el jarro lleno sobre el cuerpo... Por la noche me acuesto en cuanto puedo... A la comida, agua pura... Los alimentos sanos, nutritivos... Y en cuanto a esas porcuzas que acaban con los hombres, siempre procuré tenerlas lejos... Cuando era estudiante, hubo una que hasta quiso ponerme casa; pero yo alcé el bastón ¡barájoles! y, si no se me escapa pronto, la dejo como una breva.