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Actualizado: 12 de septiembre de 2025
Se levantó temblando, se acercó de puntillas y quitó las ropas: la puerta estaba cerrada y tenía el pasador echado; pero... ¿podrían abrirla desde la parte opuesta? Mejor dicho: ¿podría Juan entrar por allí? «No me acuesto», pensó; y volviendo a sentarse en la butaca, dejó pasar unos minutos, que le parecieron siglos.
«Querida Pepita: Quedé en escribirte desde París, pero no puede ser, porque no he ido aún a París. Te escribo desde Madrid. Y quiero contarte muchas cosas. Aquí yo hago una vida terrible. Sabrás que emborrono todos los días un fajo de cuartillas. No me levanto muy temprano; me acuesto tarde.
Hoy mismo, retirado del comercio, llevo al día la contabilidad de mis gastos particulares, y no me acuesto sin pasar todos los apuntes a la agenda, y luego, en los ratitos libres, lo paso al Mayor. Vea usted, véalo para que se convenza añadió marcando más el temblor negativo . Lo que yo quisiera es que Francisca pudiera aprovechar esta lección. Aún no es tarde... Entérese usted».
En el suelo me acuesto, y en un pellejo. Pues yo sé, si quisieses, que hallarias Ocasion de salir dese trabajo Muy presto, sin contraste, á poca costa. Pues yo sé, si quisiese, que hallaria Ocasion de salir deste trabajo Muy presto, sin contraste, á poca costa. Con no mas que querer á tu ama Zara, O con dar muestras solo de querella.
Y el viejo se animaba, se erguía, apoyándose en su bastoncillo, y al hablar de su querida tienda, una oleada de sangre daba color a su cara fresca de anciano bien conservado. No; yo no puedo callar; esto apresurará mi muerte. Necesito tranquilidad, y no me acuesto ninguna noche sin llevar en el cuerpo un berrinche más que regular.
Hemos concluido, te digo que hemos concluido... Bien, me acuesto porque quiero, no porque tú me lo mandes... ¡Vaya!...». Poco después se oía en la alcoba lo siguiente: «Que te estés quieto... No vayas a creerte que ahora te voy a perdonar. No, si no me engatusas... ni hay tilín que valga. Ya van quince y raya. No están los tiempos para perdones, caballerito.
Dentro hay una silla, un espejo, una microscópica palangana. Y sobre dos banquillos, que sostienen cuatro tablas, un colchón angosto y retesado. Me acuesto sobre el duro alfamar, apago la luz. Y oigo en la lejanía tres campanas, que caen lentas, solemnes, y una voz casi imperceptible por la distancia, que grita en un plañido largo: Ave María Purísima...
Me acuesto a obscuras; y en cuanto a papelotes, ninguno me importa nada, ya que maldito lo que me interesa la política. A estas horas no sé quién manda en España. Lo mismo da que sean unos que otros. Todos son lo mismo: gobernantes, manipulantes y danzantes; y eso de la política, zarandajas, marañas, patrañas y tonterías. El devoto exaltábase al hablar.
Palabra del Dia
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