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«Querido Juan mío: No tengas miedo de que te aburra echándote en cara lo mal y remal que te as portado conmigo. No quiero más que decirte una cosa, y esa cosa es que no puedes tener queja de que e sido tonta de remate por demasiado buena, porque lo que as hecho no lo hace un cabayero, y, sin embargo, eres bueno y te quiero: lo que no es por qué te as ido así, cuando yo no te he faltado ni por soñación. También te quiero decir que no me hago ilusiones contigo, pues estoy combencida de que ni me escribirás ni arás por verme: yo, aunque te quiero con toda mi alma, ojalá no fuese la pura verdad, tampoco procuraré de que lleguemos a encontrarnos en ningún lado, porque te había de ver azorao, y no quiero que le bergüenza de aber se portao mal al hombre a quien yo he, querido.

Cuando menos, es muy de recelar que, si no usted, porque ha nacido aquí y lo conoce bien y lo ama, pues lo arraigó en su corazón siendo niño, la señorita Nieves, que se halla en muy distinto caso, se aburra a los cuatro días; y en aburriéndose ella, ayúdeme usted a sentir.

Está temeroso de que yo me aburra al verme sola en esta enorme casa: se le ve el empeño que tiene en distraerme, en proporcionarme placeres y diversiones.

La conozco dijo Atilio con acento de convicción al músico, que no se cansaba de admirarla . La he visto muchas veces. Cuando el día se muestra demasiado limpio, los directores del Casino temen que la clientela se aburra de tanto sol, de tanto azul: azul en el mar, azul en el cielo. «Que suelten la nube grande», ordenan por teléfono.

Pero, mi querida señorita, comprendo que se aburra usted un poco en Krakowitz; es muy aislado esto... y su señor padre tiene historias con todo el género humano... Pero, en fin, si usted tiene ganas de casarse, una mujer como usted no tiene más que hacer que levantar el dedo meñique. ¡Oh, cállese! me responde; esas son frases. ¿Quién me querría a ? ¿Conoce usted a alguno que me quiera?

No me llaméis señora dijo la Dorotea ; yo no soy señora, soy una comedianta; una mujer que ha nacido para vivir libre como los pájaros, cantando siempre de rama en rama... para estar alegre, para gozar... para tener un amante... un verdadero amante que la ame, y no la trate con esos insoportables miramientos con que vos me tratáis... que no se pase los días sin verla... que no la olvide por nada... que no se vea obligada á llamarle señor, más que de su alma... y esto dulcemente... en fin, que no la aburra, que no la entristezca, que no la fastidie.

El despecho de ésta se manifestó llamando a Ramoncito, que se mantenía un poco alejado. Y usted, Ramón, ¿por qué no se queda? ¿Come usted también en casa de tía Clementina? No: yo no.... Pues quédese usted, hombre. Ya procuraremos que no se aburra. ¡Yo aburrirme al lado de usted! exclamó el concejal, casi desfallecido de placer. Nada, nada: definitivamente se queda ¿verdad?

Se presentó un día a la señora, y con la disculpa de que la plancha le hacía daño pidió la cuenta. No se le ocultó a Amalia la verdadera razón, pues tenía conocimiento de sus murmuraciones. Disimuló, sin embargo. , hija, comprendo que el planchado te aburra. no gozas de mucha salud. También yo ando malucha hace días.

Pues es fácil que se aburra pronto dijo un amigo de Rafael. ¡Si cree que aquí la van a admirar y mimar como en el extranjero!... ¡La hija del doctor Moreno! ¡del médico descamisado, como le llama mi padre! ¿Han visto ustedes qué personajes?... Y luego, ¡con una historia!

Aunque las palabras iban dirigidas al conde, Octavio miraba al decirlas á la condesa con la misma sonrisa en los labios y un poco ruborizado, sin duda, de haber hablado tanto tiempo. El conde le observaba cada vez con más curiosidad. Usted es muy joven, y no me sorprende que se aburra en Vegalora. Me parece, sin embargo, que exagera un poquito. No exagero, conde, no exagero. Es un pueblo fatal.