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¡Pillo! ¡Hereje!... ¡Descamisado!... exclamaba doña Bernarda. Pero lo decía en voz muy baja y con cierto miedo, pues aquellos tiempos eran malos para la casa de Brull. Rafael recordaba que su padre mostrábase por entonces más sombrío que nunca, y apenas salía del patio. A no ser por el respeto que inspiraban sus garras vellosas y el entrecejo tempestuoso, se lo hubieran comido.

Pues es fácil que se aburra pronto dijo un amigo de Rafael. ¡Si cree que aquí la van a admirar y mimar como en el extranjero!... ¡La hija del doctor Moreno! ¡del médico descamisado, como le llama mi padre! ¿Han visto ustedes qué personajes?... Y luego, ¡con una historia!

Su primo era menos que un chueta: era un «descamisado». Y según afirmaba la gente, a este odio de ideas iba unida la amargura por ciertas decepciones del pasado que no había podido olvidar. Al restaurarse los Borbones, el «progresista», el palatino de don Amadeo, se convirtió en republicano y conspirador.

¿Pues qué no había más que educar un hijo en las más sanas y virtuosas creencias y hacer de él un personaje, para que después llegase una correntona peor mil veces que las que por dinero hacen porquerías en un callejón para llevársele con sus manos sucias? ¿Qué había creído la hija del descamisado?... ¡Rabia! ¡Palidece de pena, al ver que se te va para siempre!

Atrás, pillo, ladrón, descamisado, demagogo. Pero todo es inútil. Se lleva, se lleva nuestra cosecha, nuestro bienestar, nuestra riqueza. Pobres hermanas arruinadas, ¿qué haremos para recobrar la perdida colmenaEmpezar otra.

Creo que fue Cantero quien le acompañó a Gobernación para ver a González Bravo, y éste dio al punto la orden para que fuese puesto en libertad el revolucionario, el anarquista, el descamisado Juanito. Cuando el niño estudiaba los últimos años de su carrera, verificose en él uno de esos cambiazos críticos que tan comunes son en la edad juvenil.