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Céfalo, después de matar con un venablo á su querida Procris, exclama así: República celestial, Aves, peces, fieras, hombres, Montes, riscos, peñas, mar, Plantas, flores, yerbas, prados, ¡Venid todos á llorar! Coches, albardas, pollinos, Con todo vivo animal; Pavos, perdices, gallinas, Morcillas, manos, cuajar, ¡Procris murió! Decid, pues: ¡Su moño descanse en paz!

Todo aquello de comer como los anacoretas yerbas salvajes o salta-montes del campo, era, por lo visto, pura fábula, tradición olvidada. Al presente, y gracias a un cocinero lleno de buenas cualidades, en la mesa de Su Ilustrísima hubiera podido darse por alegre y satisfecho el más descontentadizo; en todo lo que a la culinaria se refiere, era el obispo ardiente partidario del progreso.

Prevenidos de todo lo necesario, pasado el rio Paraguay, llegamos al pueblo que era la corte y casa del Rey: el cual nos salió á recibir de paz, una legua antes de llegar, en un campo muy liano, con mas de 12,000 indios. La senda por donde iba, era de ocho pasos de ancho, llena de flores y yerbas; y tan limpia que no se veia una paja ni piedra en ella.

La tierra exhalaba con calma su aliento perfumado preparándose a dormir. Del cielo bajaba un silencio grave, solemne, que sólo interrumpía la sonoridad de sus pasos, el leve resoplido de los caballos. Los cascos de éstos al pisar las yerbas aromáticas, la mejorana, el hinojo, la yerbabuena, el romero, alzaban vapores penetrantes que les embriagaban produciéndoles un vértigo feliz.

Ya que en el Retiro estaba, quiso, lleno de entusiasmo, recordando las campiñas y bosques de su tierra, tenderse un rato bajo aquella frondosidad tan decantada; mas, fuese culpa de la intensidad del sol, ó de la ruindad de los árboles, es lo cierto que en una extensión de media legua de bosque no halló tres dedos de sombra, ni dos docenas de yerbas donde tender su cansada humanidad.

De aquí el rio abajo navegando, El Armada se sale á remo y vela: Un temporal se viene levantando, Que las yerbas del campo arranca y vuela. Del isla grande priesa me estan dando, Que parece la gente se recela. Pues vamos allá agora, que esta Armada Aquí queda segura rancheada. El isla parecia que se hundia, Y el cielo que venia de caida.

ABIND. Jardín que adorna y viste De tantas flores bellas Amaltea: Aquí, donde tuviste Aquella primavera que hermosea, Cuando por ti pasea; Aguas, yerbas y flores, Aquí vengo a quejarme, Y no de sus rigores, Sino de un imposible mal de amores, Que ya quiere acabarme.

Fenece aquí la triste su triste hora, Cubierta de mil flechas y arpones: Doña Maria de Angulo, causadora De motines, revueltas y pasiones, Amiga de mandar, y tan Señora, Que con todos tramaba disenciones: Su nieta Doña Elvira, mal herida, Quedaba entre las yerbas escondida.

-No te pena ese cuidado -respondió don Quijote-, porque, aunque tuviera, no comiera otra cosa que las yerbas y frutos que este prado y estos árboles me dieren, que la fineza de mi negocio está en no comer y en hacer otras asperezas equivalentes. -A Dios, pues. Pero, ¿sabe vuestra merced qué temo?

Contra lo que pudiera presumirse, don Fermín no cayó como un rayo sobre él. Sacó un inmenso pañuelo de yerbas para sonarse y replicó: No qué le diga a usted, D. Félix; ahora está toda la savia arriba y apenas ha caído flor... ¡Eso qué importa!... Los perales tienen la corteza dura, y los castaños y los nogales lo mismo dijo el escribano con creciente osadía.