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Actualizado: 5 de junio de 2025
-No es posible, señor mío, sino que estas yerbas dan testimonio de que por aquí cerca debe de estar alguna fuente o arroyo que estas yerbas humedece; y así, será bien que vamos un poco más adelante, que ya toparemos donde podamos mitigar esta terrible sed que nos fatiga, que, sin duda, causa mayor pena que la hambre.
La medicina, en el fondo, es una retórica científica, el arte de poner palabras nuevas a enfermedades viejas. Y en tal sentido da gusto oir a Pulido. Está al cabo de todas las palabras nuevas que inventa la ciencia. Antiguamente la medicina se limitaba al conocimiento de algunas yerbas para curar heridas y contener la efusión de sangre.
En los terrenos feraces, si se siembra trigo y se cultiva bien, el trigo nace en abundancia; pero no dejan de nacer cizaña y otras yerbas perniciosas; y, sin embargo, no es razón que, a fin de evitar que la cizaña nazca, se quede por cultivar el terreno y no se eche en él buena simiente.
En compañía, pues, de gran multitud de bárbaros, se partió allá el día siguiente y en el camino les cogió una tan furiosa tempestad de agua, que por más prisa que se dió se deshicieron sus pobres zapatos; con que hasta la vuelta se vió precisado á andar descalzo, caminando por bosques y montañas muy agrias y por llanuras sembradas de yerbas muy espinosas.
A poco, quince o veinte hombres salieron de repente de entre las yerbas y en dos o tres saltos llegaron hasta los horcones de la cabaña, que comenzaron a golpear furiosamente con sus parangs. En un momento siete u ocho de los horcones cayeron a tierra. Veíase a los agresores a través de las viguetas del piso. ¡Fuego! gritó el Capitán.
Cuadróle al corregidor la traza, con la codicia de la prisión. En esto llegamos cerca, y el corregidor, advertido, mandó que debajo de unas yerbas pusiesen todos las espadas escondidas en un campo que está enfrente casi de la casa; pusiéronlas y caminaron.
Pulido, en su vasta sabiduría, conoce estas yerbas antiguas y todas las palabras modernas de las Facultades de Berlín, París y Estocolmo. No creas que mi enfermedad ha sido cosa de juguete. Durante una semana estuve muy malita. ¡Y me entró una tristeza!
Un día entero gastó en pasar una fragosa montaña, con grande trabajo y riesgo, no de los indios acostumbrados á trepar fácilmente por las peñas, sino del Padre; y siéndole preciso hacer alto á la falda, no halló con qué desayunarse; por lo cual un cristiano, de nación Manacica, movido de compasión, quiso componerle unas yerbas que eran las delicias de sus dioses, mas por mucho que estuvieron al fuego, jamás se pudieron cocer.
Salióme al encuentro el Cura, y me dijo, mientras se secaba los ojos con un pañuelo de yerbas: No se puede remediar, ¡qué jinojo!... por más avezado que uno esté a contemplar miserias y acabaciones humanas... Porque hay casos y casos, señor don Marcelo, y éste es uno de los más duros de pelar para el pobre Cura.
Digo, pues, que dijo su padre a Zoraida: ''Hija, retírate a la casa y enciérrate, en tanto que yo voy a hablar a estos canes; y tú, cristiano, busca tus yerbas, y vete en buen hora, y llévete Alá con bien a tu tierra''. Yo me incliné, y él se fue a buscar los turcos, dejándome solo con Zoraida, que comenzó a dar muestras de irse donde su padre la había mandado.
Palabra del Dia
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