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Actualizado: 2 de mayo de 2025


Esta noche continuó el marqués nos reuniremos los cuatro padrinos en casa de Watson para fijar por escrito las condiciones, y mañana á primera hora será el encuentro.

Dos caballos iban de un lado á otro con paso tardo, buscando las hierbas ralas para mascarlas, y un hombre estaba sentado en el suelo teniendo un rifle sobre las rodillas. Cachafaz le habló al oído tenuemente. Es uno de los que se llevaron á la patroncita. Por más que miró Watson estirando su cuello, no pudo ver á otra persona.

Mas ¡ay! el italiano había muerto, y ella tendría que abandonar esta casa que era como un palacio dominador de todo el pueblo. Nadie vendría en adelante á desearla y admirarla, esforzándose por hacer agradable su vida. Únicamente quedaba Robledo: un enemigo... Quedaba también Watson, que podía haber representado para ella una solución; pero ¡este hombre había cambiado tanto!...

Continuó Watson la marcha hacia su casa; pero á los pocos pasos hizo alto para responder al saludo de un hombre todavía joven, vestido con traje de ciudad, y que tenía el aspecto especial de los oficinistas. Llevaba anteojos redondos de concha, y sostenía bajo un brazo muchos cuadernos y papeles sueltos.

Algunas noches los dos ingenieros hablaban de su propia existencia. Watson tenía poco que contar. Educado en California, había empezado su vida profesional en las minas de plata de Méjico, donde aprendió el español, continuándola después en las del Perú. Finalmente había pasado á Buenos Aires, conociendo en esta ciudad á Robledo y asociándose á él para la empresa de Río Negro.

Watson la miró con asombro, y Robledo hizo un gesto disimulado, llevándose un dedo á la frente para indicar que la creía algo loca. El marqués permaneció impasible, como si nada de su mujer pudiera causarle extrañeza. Siempre he comido con traje descotado dijo Elena , y no veo la razón de modificar aquí mis costumbres. Sería para un tormento.

Watson parecía triste, y se limitó á contestar: Como hoy no trabajamos, voy á dar unos galopes por el campo. Al marcharse el joven acabó Robledo de vestirse, paseando después por el comedor. Cuando en sus evoluciones pasaba ante la puerta de la pieza ocupada por Torrebianca, sentía la tentación de entrar. Deseaba ver á su amigo. Un vago presentimiento le infundía cierta inquietud.

Montó en su cabalgadura, siempre con la carabina en la diestra, y uniéndose á su camarada fueron á situarse los dos junto á la tropilla de caballos, dispuestos á defender hasta la muerte las cargas de sacos y fardos que representaban la fortuna de la comunidad. Rojas pareció olvidarlos, acercándose á Watson para preguntarle con ingenua emoción: ¿Qué le pasa, gringuito?... ¿Le han matado?

Como Elena no podía sospechar el cambio de ideas que se había realizado en Canterac después del duelo, ni tampoco la breve conversación de éste con Watson al marcharse, atribuía dicho trastorno en la actitud del joven á la influencia de Celinda. «Me lo ha tomado otra vez pensó . Esa muchachuela rústica me cierra el único camino que podía seguir. ¡Ay! ¡cómo la odio

Moreno no se fijó en ella, pues sólo tenía ojos para vigilar el lejano grupo en que iba la marquesa. Ricardo Watson fingió no entender los gestos de Celinda, indicándole con sus ademanes que se veía obligado á seguir á los demás.

Palabra del Dia

hociquea

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