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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Salió Watson de la casa á tiempo para ver cómo el pequeño Cachafaz venía de los corrales, mirando inquieto á un lado y á otro. De pronto, todos á la vez quisieron relatar al ingeniero lo ocurrido, pero el pequeño se les adelantó con cierta autoridad.
Soy muy infeliz, Watson siguió diciendo . Deseaba una ocasión oportuna para manifestárselo, y aprovecho este raro momento en que podemos hablar á solas y tal vez no volverá á repetirse nunca... Me ve usted rodeada de hombres que me hacen la corte y yo parece que coqueteo con ellos. ¡Error!... Es únicamente por aturdirme, por olvidar el vacío de mi vida.
El español había creído percibir, desde la entrada de su amigo, cierto olor de ginebra. Indudablemente él y Moreno habían tomado algunas copas de este licor antes de emprender su regreso. Tal vez esto era el motivo de su excitación, por no estar acostumbrado á las bebidas alcohólicas. Watson, que había terminado de cenar, se fijó en la tenacidad con que le miraba Torrebianca.
Apenas el bandido estuvo de pie, le tiró á traición una cuchillada al vientre, pero aturdido aún por los golpes que le había dado Watson, su ataque fué lento, lo que permitió al estanciero pararla con un revés de su mano izquierda.
Se levantó el joven de la mesa, saludando con algunas palabras confusas, y tomó el sombrero para salir. «Va á verla se dijo el español . Ya no vive tranquilo si no está á su lado.» En la calle central encontró Watson muchos grupos discutiendo acaloradamente.
Al fin, Piola, sin contestar á Rojas nada concreto, le volvió la espalda, dirigiéndose hacia la esquina de la ruinosa construcción y desapareció detrás de ella. Fué á seguirlo el estanciero, y tropezó con el mismo hombre que había contenido á Watson.
El río era vencido poco á poco, aceptando el obstáculo del dique y los canales de Robledo y Watson se empapaban con las primeras aguas, dejando correr por su lecho fangoso el riego vivificante. Después de esto sólo habían necesitado los dos socios que transcurriese el tiempo. El milagro del agua realizaba un sinnúmero de milagros secundarios.
Para Watson empezaron á sucederse los hechos con la rapidez vertiginosa y la falta de lógica de los episodios de una pesadilla que se desarrollan más allá del tiempo y del espacio. Oyó tiros; luego pasaron ante sus ojos varios jinetes á todo galope, mientras otros, deteniéndose, hacían fuego contra los dos andinos.
Watson lo llevó aparte, y empinándose Cachafaz sobre la punta de sus pies, le dijo en voz baja: Es Manos Duras el que ha robado á la patroncita. Yo sé dónde la tiene. Acosado por las preguntas de Ricardo, fué explicándose. Ninguno de los tres hombres que se llevaron á Celinda era Manos Duras.
Antes bien, protestó de ellas mentalmente, pensando: «Watson no puede ser comparado con los otros.» Necesitó exteriorizar su pensamiento, y dijo á Sebastiana: Será verdad que no le gustan los demás; pero don Ricardo es más joven que todos ellos; y estas mujeres que han corrido el mundo y empiezan á ponerse viejas, ¡resultan á veces tan... caprichosas!
Palabra del Dia
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