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Actualizado: 2 de mayo de 2025


Pero sus dedos, al sentir el contacto de la epidermis femenina, se inmovilizaron en voluptuoso desmayo para oprimir después, acariciadores, las manos de ella. Y como los ojos de Elena parecían implorar una respuesta á sus recientes preguntas, él hizo un movimiento con su cabeza: «». A partir de este día Watson fué el único acompañante de la esposa de Torrebianca en sus paseos á caballo.

Esta consulta fué al día siguiente, mientras Robledo y Watson se hallaban en las obras de los canales. Torrebianca, á pesar de la sumisión con que acogía ordinariamente las proposiciones de su mujer, se mostró escandalizado. Le era imposible aceptar la generosidad de Pirovani. ¿Qué pensará la gente al ver que nos cede una casa que es su orgullo?... Y movía su cabeza con enérgicas negativas.

En este paseo podría apreciar Elena su importancia de primer jefe del campamento, viendo además cómo era obedecido por centenares de hombres. Ella y el francés hacían trotar sus cabalgaduras á la cabeza del grupo. Detrás venía Pirovani, manteniéndose mal sobre su caballo y esforzándose por introducirlo entre los caballos de los dos. Cerraban la marcha el marqués, Watson y Moreno.

Le molestaba más, haciéndola estremecerse de cólera, la imagen de Celinda con el látigo levantado. Pero olvidó su rencor al ver que Ricardo acudía puntualmente, atendiendo el ruego que ella le había hecho al anochecer para que pasase la velada en su casa. Al notar que Watson miraba con inquietud las puertas del salón, creyó oportuno tranquilizarlo. Nadie vendrá.

Había entrado á caballo por la llamada calle principal, vistiendo un elegante traje de jinete y cubierta la cabeza con un casco blanco. Al ver á Watson echó pie á tierra para caminar junto á él, sosteniendo á su caballo de las riendas, al mismo tiempo que examinaba unos dibujos del americano. ¿Y Robledo, cuándo vuelve? preguntó. Creo que llegará de un momento á otro.

Algunas muchachitas tocaron disimuladamente la tela de su vestido, para apreciar mejor su finura. Fueron acudiendo, atraídos por el suceso, los principales personajes del campamento, y el español hizo la presentación de sus amigos Canterac, Pirovani y Moreno. Al ver Watson que los hombres que habían cargado con los equipajes los metían en su vivienda, buscó á Robledo apresuradamente.

Pirovani muerto; el otro huído; la casa que ella ocupaba no sabiendo aún de quién iba á ser... Además pensó en lo que estaría diciendo Robledo y en la hostilidad repentina de aquel Watson, única persona cuya presencia parecía esparcir cierto interés sentimental sobre la vida monótona que llevaba allí.

Cruzó por su pensamiento una idea que la había halagado en los últimos días, cuando el joven la acompañaba en sus paseos. Ella podía abandonar á Torrebianca, que era un náufrago incapaz de salir á la orilla, é irse con Watson por el mundo. Un hombre enérgico y algo inocente como este joven, aconsejado por una mujer experta, podía acabar triunfando en cualquier país.

No podía mostrar con más claridad la simpatía por todo lo referente á su persona. Además, el acompañamiento de Watson no podía inspirarle celos. Todos le tenían en el país por novio de la niña de Rojas... Y finalmente se retiraba, aunque de mal talante, para ir á visitar las obras del dique.

Viéndose entre amigos que celebraban con gozosas demostraciones su liberación, Celinda volvió á recobrar su carácter ligero y animoso. Procuró ocultar su rostro para que Watson no viese más tiempo las desolladuras que lo desfiguraban; pero cuando de tarde en tarde volvía sus ojos á él, éstos tenían una expresión acariciante.

Palabra del Dia

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