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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Cohibido por su presencia, no tuvo fuerzas Ricardo para negarse, y la siguió al salón, bajando los ojos al tomar asiento. Al fin le veo en mi casa... Debo serle muy antipática, pues nunca quiere visitarme. Watson se excusó. Había estado dos veces por la noche en compañía de Robledo. No podía asistir diariamente á su tertulia, como los otros visitantes: se levantaba más pronto que todos ellos.
Apenas quedaron solos, el español se expresó con un tono bondadoso, señalando á la mujer que se alejaba apoyada en un brazo de Canterac. Tenga usted cuidado, Ricardo. Creo que esa Circe también desea someterlo á sus encantamientos. Watson, que siempre le había escuchado con deferencia, le miró ahora altivamente.
Y con el dedo fué señalando toda la línea del horizonte. Comprendió Watson que para el amigo Cachafaz, hijo del desierto, «ahorita mismo» significaba una hora, dos ó tal vez tres, y «ahí cerquita» algo así como un par de leguas. Pero necesitaba ver á Celinda, estaba resuelto á buscarla, y empezó á galopar por el campo, confiándose á su buena suerte.
Y volvió al boliche para sentarse entre sus amigos, en espera de la hora. Robledo y Watson acababan en aquel momento de cenar, y oyeron que alguien llamaba á la puerta de su vivienda.
Watson se llevó una mano á los ojos, restregándoselos para ver mejor. ¡Falsas ilusiones de la noche! Luego agitó sus dedos sobre el papel, como si lo abanicase para ahuyentar el engañoso panorama, y reapareció el trazado de los canales, con sus líneas rojas y azules.
También iba á caballo, pero la «señora marquesa» se negaba á aceptar su compañía. Vaya usted á sus negocios, señor Pirovani. Mi marido dice que los descuida usted mucho, y eso me entristece... El señor Watson está más libre ahora y me acompañará. Acababa el italiano por aceptar tales palabras, con cierto agradecimiento. ¡Cómo se interesaba por sus negocios esta mujer!
El otro enemigo invisible era Watson, que al escuchar los tiros había echado pie á tierra para aproximarse al lugar de la lucha, marchando encorvado entre las ásperas plantas que surgían del suelo arenoso. Por un momento tuvo la intención de atacar á Manos Duras con su revólver, pero temió herir á Celinda, que continuaba forcejeando para librarse de su opresor.
De vez en cuando, Celinda, que llevaba siempre una gran ventaja sobre su perseguidor, detenía la velocidad de su caballo como si quisiera dejarse vencer por Watson; pero al verle cerca volvía á salir á todo galope, insultándolo con las mismas palabras que inventaron los gauchos en otros tiempos para burlarse de la torpeza de los europeos en los usos del país y de su inferioridad como jinetes.
Sebastiana quiso quedarse en la estancia, al lado de Celinda, sin creer necesario para ello el permiso del patrón. El mismo don Carlos había rogado á Watson que se quedase también hasta el día siguiente, en que volvería él. Tengo que hacer una cosita urgente en la Presa. Deseo decir unas palabritas á cierta persona.
Tiró de su revólver con la idea de hacer fuego desde allí, sin tener en cuenta la distancia; pero Watson le contuvo con su diestra, murmurando al mismo tiempo junto á uno de sus oídos: Hay dos hombres más, que no sé dónde están. Esperemos á que lleguen nuestros compañeros.
Palabra del Dia
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