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Actualizado: 2 de mayo de 2025


¿Qué va á hacer usted esta tarde? preguntó Robledo á Celinda . Seguramente lo mismo de las otras tardes: visita general á los grandes modistos de la rue de la Paix y calles adyacentes. Ella aprobó con un movimiento de cabeza este programa, mientras Watson reía.

También había visto desde la colina de alfalfa cómo llegaba Watson, pero tal era su recelo, que no quiso bajar hasta convencerse de su identidad. Estas noticias conmovieron á Ricardo tan profundamente, que tardó algún tiempo en poder coordinar sus ideas.

Era Flor de Río Negro, que enseñaba á tirar el lazo á Watson, riendo de la torpeza del gringo. Como Torrebianca iba todos los días puntualmente á dirigir les trabajos de los canales, Ricardo gozaba de más libertad, empleándola en seguir á la niña de Rojas en sus correrías.

Dobló el pliego para meterlo en un sobre, y luego puso éste en el bolsillo interior de una levita colgada cerca de él. «Si caigo mañana pensó , encontrarán esta carta sobre mi pecho. Encargaré á Watson, antes del duelo, que en caso de muerte la envíe á mi familiaUna hora después su adversario entraba en la casa de Moreno.

Me contó que usted estaba aquí, me enseñó su papel, y yo le dije que avisase á los que vienen detrás para que no pierdan tiempo pasando por mi estancia y que él les sirva de baquiano, trayéndolos directamente... ¿Qué es lo que ocurre? Marcharon los dos entre matorrales, siguiendo las huellas que había dejado Watson al salirle al encuentro.

Después dijo, imitando la voz grave del otro: Señor Watson: yo tengo sobre usted el derecho indiscutible de que su persona me interesa, y no puedo tolerar que vaya mal acompañado. El norteamericano, vencido por la cómica seriedad con que dijo ella estas palabras, acabó por reir. Celinda rió también. Ya conoce usted mi carácter, gringuito... No me da la gana que vaya con esa mujer.

Había tenido que ir hasta la puerta de la calle, acompañando á su antiguo patrón. Vea si puede alcanzar al señor Watson ordenó Elena apresuradamente . No debe estar lejos; dígale que vuelva. La mestiza sonrió, bajando sus ojos para decir con fingida simplicidad: No es fácil alcanzarlo. Salió disparado, como si huyese del demonio.

Watson montó á caballo la mañana siguiente, pero en vez de dirigirse al lugar donde se abrían los canales, se encaminó á la estancia de Rojas. Mientras el gobierno no enviase un nuevo director para la terminación del dique, los trabajos de la empresa ideada por Robledo resultarían inútiles y era prudente suspenderlos.

Durante sus reflexiones se sintió agitada por diversos y encontrados pensamientos, como si se hubiese partido interiormente en dos personalidades distintas. La imagen de Watson la confortaba todavía en estos momentos angustiosos. Era el hombre joven, el dominador, que surge en el ocaso de toda mujer acostumbrada á jugar cruel y fríamente con los deseos de los hombres.

Cerca del anochecer vió pasar á un jinete solo, que bajaba la cabeza obstinadamente. Era Ricardo Watson. Se dió cuenta, por su traje cubierto de polvo y por el aspecto de su cabalgadura, que no venía del entierro como los otros.

Palabra del Dia

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