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Trabajaba en una casa de comercio, colaboraba en varias sociedades y magazines, sostenía incansable correspondencia con sus adictos, enseñaba a los desgraciados, meditaba, discutía, exaltaba a los pusilánimes, asaeteaba a los cobardes, confortaba a los sufridos, se erguía ante los poderosos, lloraba con los indigentes; tenía un báculo para cada caída, una esperanza para cada lacería, un bálsamo para cada dolor, una rosa para cada beldad, un pensamiento dulce para cada párvulo, y aun le quedaba tiempo para ser rendido y galante con la esposa y cariñoso y afable con los hijos.

Registraba bibliotecas, tiritaba de frío en los severos anfiteatros y me metía por las noches en los gabinetes de lectura en donde los condenados a morirse de hambre, pintada la fiebre en sus rostros, escribían libros que no habían de darles fama, ni enriquecerlos. Adivinaba en ellos impotencias, miserias físicas y morales cuya vecindad no me confortaba por cierto.

Milagros le saludó de la manera más afectuosa, quejándose luego de su desgraciada suerte y de lo inexorable que Dios era con ella, no dándole más que penas sobre penas. Bringas la confortaba con razones cristianas, aunque le tenía cierta ojeriza, ya inveterada, por no haber recibido de ella el regalo de Pascua que creyera merecer cuando le compuso la arqueta de marfil.

Juan, al lado de Bertrán y Huberto, reclamos vivientes de sus sastres, parecía un hijo del pueblo, de ese pueblo que es carne y sangre de la nación, y se destacaba entre aquellos dos jóvenes incoloros pero selectos. De toda su persona, tallada vigorosamente, emanaba como una promesa de protección física o moral; su aspecto confortaba, y su fisonomía inspiraba confianza.

Esto le confortaba y le reconstituía. Y hablando, hablando Leticia y su amiga, sacó la primera a relucir a don Mauricio el Solemne. Poco antes de llegar dijo a Verónica , se presentó aquí de improviso; se encontró con nosotros al día siguiente; y como si le hubiera contrariado el encuentro, aquella misma tarde salió para París. ¿Solo? preguntó sonriendo Verónica.

Nuestro sacerdote unas veces se entristecía con ellos, pero otras se confortaba pensando que no debía de estar tan condenado y maldito cuando D. Miguel tomaba sus terribles dudas con tanta calma. Cuando a éste le retiraron las licencias no tuvo más remedio que buscar otro confesor. Convencido de la hostilidad con que le miraban D. Narciso, D. Melchor y D. Joaquín, no quiso desahogar con ninguno de ellos su conciencia, aunque bien sabía que en el tribunal de la penitencia nada tienen que hacer las simpatías o las antipatías. Fue a dar con un joven capellán, más joven aún que él, recién llegado del seminario. Era hijo de un carpintero de la villa, tan tímido y encogido que apenas sabía saludar, feliz de verse elevado sobre su antigua condición, tributando un respeto sin límites a todas las grandezas del cielo y a todas las pequeñeces de la tierra.

Ni por trabajar tanto por las almas de sus prójimos se descuidaba de la suya propia; recogíase muchas veces á tener oración, en el cual tiempo las copiosas lágrimas que derramaba, eran indicios de los consuelos con que Dios confortaba su espíritu.

Durante sus reflexiones se sintió agitada por diversos y encontrados pensamientos, como si se hubiese partido interiormente en dos personalidades distintas. La imagen de Watson la confortaba todavía en estos momentos angustiosos. Era el hombre joven, el dominador, que surge en el ocaso de toda mujer acostumbrada á jugar cruel y fríamente con los deseos de los hombres.