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Actualizado: 2 de mayo de 2025


Ella, conmovida por tantas emociones, los miraba con unas pupilas dilatadas é inciertas, como si no los reconociese. Al fin acabó por llorar, abrazándose á su padre. Luego, olvidando los prejuicios de los días normales, abrazó también á Watson y empezó á besarlo.

Robledo, adivinando el pensamiento de Watson, contestó á su muda pregunta: Mi amigo nos ayudará como ingeniero. No debe usted preocuparse de él. Yo le daré una participación en nuestro negocio, pero será de lo que á me corresponde.

Otras veces, cuando ya estaba Elena en la silla, se presentaba Canterac, también á caballo, con el deseo de acompañarla. Pero Elena le acogía con signos negativos de su latiguillo. Ya le he dicho varias veces que no quiero más acompañante que mister Watson le contestó ella una mañana . Usted, capitán, váyase á trabajar en esa misteriosa y enorme sorpresa que me está preparando.

Canterac, respondiendo á su pregunta, señaló el horizonte, en el que empezaban á brillar las primeras estrellas por la parte de los Andes invisibles. Luego le manifestó su propósito de pasar la noche en una estancia cerca de Fuerte Sarmiento, para continuar la marcha apenas apuntase el día. Adiós, Watson dijo . Habría sido un bien para todos nosotros que esa mujer no viniese nunca á esta tierra.

Aunque soy viudo y estoy solo, procuro que mi vivienda tenga cierto confort, lo mismo que una de Buenos Aires. Entre á verla. He comprado nuevas cosas. La última vez no la visitó usted toda. Watson tuvo que seguirle, convencido de que daría un disgusto al contratista si no admiraba una vez más su casa.

Robledo se defendió de esta acusación con gestos más que con palabras; pero como ella insistiese en presentarse cual una víctima de la injusta antipatía de los dos asociados, el ingeniero acabó por contestar: Watson y yo somos amigos de su marido, y nos da miedo ver la ligereza con que hace concebir usted ciertas esperanzas, tal vez equivocadas, á los que la visitan.

Los otros deseaban contar igualmente sus impresiones, aunque en realidad no habían visto gran cosa, pues se escondieron al caer muerto el peón, permaneciendo ocultos hasta la llegada de Watson.

Y así continuaron ambos, yendo y viniendo cada uno por la parte de la orilla que se había asignado, como si fuesen dos autómatas. Torrebianca, al que todos cedían el primer lugar por su experiencia en estos lances, empezó á disponer los preparativos del combate. Pidió á Watson dos bastones que éste llevaba á prevención, y clavó uno en el suelo.

Amaba también á los otros hijos de Watson; pero el primogénito había nacido en la época de amarguras é indecisiones, cuando todavía estaba en peligro su obra, y esto hacía que le considerase con la predilección que merece un compañero de los malos tiempos.

Sintió en su interior la molestia de la duda. ¿Debía relatar á Celinda y su marido el encuentro de aquella tarde?... ¿Sería más prudente comunicárselo solamente á Watson? Rara vez en sus conversaciones habían recordado á la esposa de Torrebianca. Celinda, tan alegre y desenfadada, fruncía el ceño con expresión agresiva cuando nombraban en su presencia á la marquesa.

Palabra del Dia

hociquea

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