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Lanzado a una peña de la patria que adoro, el porvenir destruído, sin hogar, sin salud, venís a de nuevo, sueños de rosa y oro, de toda mi existencia el único tesoro, creencias de una sana, sincera juventud.

Decidme... pero rodeemos por esta calle: ¿á qué habéis venido á Madrid? A buscar á mi tío, que es el cocinero mayor del rey. ¡Ah! ¿y al arrimo de vuestro tío, venís á pretender algún oficio á la corte? Yo, señora, no pretendo nada. ¿Sois rico? Soy pobre. Pero para servir bajo las banderas del rey como soldado, no son necesarios empeños. ¿De modo que...?

Mariana no había parecido por allí; entonces volvió a su domicilio y pasó la noche paseándose en el gabinete de su esposa desde las doce hasta las siete de la mañana, a cuya hora tuvo el gusto de verla entrar pálida y yerta de frío, envuelta en un abrigo de pieles. ¿De dónde venís? le preguntó con voz ahogada. Vengo de pasear mi libertad como vos paseáis la vuestra.

Y por instinto, en vez de retroceder, avanzó hasta el bulto informe, del cual al parecer había salido la voz. ¡Doña Clara! exclamó Quevedo , ¿con quién venís? Con el tío Manolillo. A mis espaldas, á mis espaldas, señora exclamó Quevedo poniéndose rápidamente delante de doña Clara, terciándose la capa y echando al mismo tiempo al aire las hojas de su daga y su espada.

¡Cóncholes con el hombre! murmuró el interpelado, recogiendo otra vez el lío de ropa ó sea el balandrán y dos camisas sucias, que había puesto sobre un banco al entrar en la taberna. ¿Unde venis? ¿Quórsum tendis? ¡Jeringa, digo yo!; que traigo andadas cuatro leguas á pie, y no estoy pa solfeos de esa clase. Queden ustedes con Dios. Aguárdate hombre. ¡Que siempre has de ser arisco!

Podéis acabar de perderme. ¡Yo! , vos: debéis ser muy hermosa, señora, y muy principal, y hallaros metida en un gran empeño. Explicadme... Os siento apoyada en mi brazo, y ¡Dios me perdone!, pero quien tiene tan hermoso brazo, debe tenerlo todo hermoso. En la tierra de donde venís, ¿se acostumbra á abusar de las mujeres, caballero? ¡Ah!, perdonad: yo no creía...

Aparecen de improviso en aquel recinto dos negras y siniestras figuras, las de aquellos dos mineros que ya conocemos, Plutón y Joyana. Flora da un grito penetrante y corre desalada por la margen del riachuelo. Demetria queda inmóvil y pálida y clavándoles una mirada colérica les pregunta: ¿Quiénes sois y qué venís á hacer aquí?

La mujer que la asistió durante su agonía, me ha repetido después, una por una, todas aquellas palabras que pronunció continuamente: «Esposo mío... Hijos míos... Alfonso, Mariana, Cecilia, Eugenia, Sofía, Dios os bendiga. ¿Por qué no venís aquí para bendeciros yo también? ¡Alfonso!

Viendo, pues, el de la Blanca Luna que aquel caballero no le dejaba, le dijo: -Bien , señor, a lo que venís, que es a saber quién soy; y, porque no hay para qué negároslo, en tanto que este mi criado me desarma os lo diré, sin faltar un punto a la verdad del caso.

Zeugma análoga a la observada, entre otros casos, en el v. 2301 de El Remedio. Era un lugar común alabar en los amantes la delicadeza del afecto, como de cortesano, y la firmeza, como de labrador: "labradora en guardar fe." Vélez, Reinar después de morir. cabe, golpe, término tomado del juego de la argolla. pescuda, pregunta. "¡Qué donoso pescudar! ¿De soys? ¿A venís?"