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¡Cóncholes, qué hombre! exclama por todo saludo al hallarse entre la familia. Pero ¿qué te pasa? dice el tío Jeromo. ¡Qué me ha de pasar? Ese fantasioso de mayorazgo..., ¡siempre con su latín! ¿Y qué cuidao te da á ti? ¿No has estudiao tres años ya? ¿Por qué no le contestas? Porque no soy tan jaque como él.... Y luego él ha estudiado por otro arte.

Y que no sabe una palabra, madre. ¡Si fuéramos nusotros! ¡Cóncholes, cuánto aprendemos! Verán que sermones echo los días señalados....

El mío no trae todas esas andróminas que él sabe.... ¡Cóncholes!, como quisiera entrarme á piscología ... ¡ más de ello! ¿Y cuándo cantas misa? añade la tía Simona cayéndosele la baba y mientras contemplan de hito en hito al estudiante sus dos hermanos. Mira que el lugar está perdío.... El señor cura es tan viejo....

¡Que canten, cóncholes! replica el estudiante, que á me gustan mucho las marzas.... ¡Ea, á cantar! añade luego, abriendo una rendijilla, nada más, de la ventana.

¡Cóncholes con el hombre! murmuró el interpelado, recogiendo otra vez el lío de ropa ó sea el balandrán y dos camisas sucias, que había puesto sobre un banco al entrar en la taberna. ¿Unde venis? ¿Quórsum tendis? ¡Jeringa, digo yo!; que traigo andadas cuatro leguas á pie, y no estoy pa solfeos de esa clase. Queden ustedes con Dios. Aguárdate hombre. ¡Que siempre has de ser arisco!