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Venga usted le dije, y deje a esta mujer agonizar en paz. Vámonos. La muchacha hizo un movimiento para seguirme; pero una fuerza, mayor que toda repugnancia y que todo consejo, la aproximó al camastro y triunfó de la repugnancia y del horror que, por un instante, la había dominado.

Perla, notando su inquietud, palmoteó con la alegría más extravagante. Ester también había alzado los ojos involuntariamente; y todas estas cuatro personas, viejos y jóvenes, se miraron unos á otros en silencio, basta que la niña prorrumpió en una carcajada, y gritó: Vámonos, madre; vámonos, ó ese viejo Hombre Negro que está ahí te atrapará. Ya se ha apoderado del ministro.

Vámonos á Napóles... ó si no queréis venir, dadme una carta para el duque de Osuna; entraré en un convento... vuestro amigo me ha hecho mucho daño... me ha hecho insoportable el duque de Lerma, odioso Calderón. Tal vez la vida de mi amigo consiste en que os apoderéis más que nunca del ánimo de Lerma. ¡Cómo!

Pero cuando se terminó el espectáculo y el pequeño telón bajó sobre las reducidas tablas, Melisa suspiró profundamente y se volvió hacia la grave cara del maestro, con una sonrisa apologética y cansado gesto. Ahora, vámonos a casa insinuó. Y bajó los párpados de sus negros ojos, como para ver una vez más la escena en su imaginación virgen.

Andaba por las calles con la boca abierta y no me cansaba de mirar para aquellos palacios tan magníficos y para aquellos señorotes que pasaban en coche con mucho ceño... Esto no es para nosotros, querido, le decía al chico... Vámonos, vámonos cada uno á nuestro rincón... Yo soy un pobre cura... un pobre estudiante... ¿Qué tenemos nosotros que partir con estas grandezas?...

Y vámonos a comer, que creo que ya estos señores nos aguardan. Capítulo XLIV. Cómo Sancho Panza fue llevado al gobierno, y de la estraña aventura que en el castillo sucedió a don Quijote

¡Virgen Santísima! repetía Presentación . ¡Y esas niñas no parecen!... Vámonos al punto de aquí. Allí sale el Sr. Ostolaza... Me va a conocer. Marchamos por la calle de San José para tomar la del Jardinillo: pero no nos fue posible esquivar las miradas y la persecución del Sr. Ostolaza, que llamándonos desde lejos nos obligó a detenernos.

¡Qué guasa! ¿Quieren ustedes reírse?... ¡Haría buena figura una monja cantando a la puerta de casa! Por eso no quede dijo el fondista. Vámonos a la sala. Ahora no hay nadie... La hermana siguió riendo, sin dejarse persuadir. No obstante, se adivinaba que la retenían más los respetos de su estado y el de la superiora que la falta de deseos.

Lo que yo quisiera saber ahora es dónde está mi sombrero dijo él, mirando debajo de la mesa y del sofá. ¿Y para qué quieres el sombrero? Quiero salir, tengo que ir a la calle. Pero lo mismo da salir con la cabeza descubierta. Hace un calor horrible. , vámonos al Retiro. Fortunata, coge la vela; y por delante. Y agarrándose al brazo del joven sin ventura, le llevaron a la alcoba.

¡Vamos, vamos! exclamó la joven haciendo ademán de alzarse . Se va a caer la noche en un instante. Espera, déjame sentir el beso de adiós de ese sol que se está hundiendo. El astro rey ocultaba ya la mitad de su disco en la llanura y enviaba uno a uno sus rayos de púrpura con sonrisa melancólica, colgándolos suavemente a las ramas de los árboles. ¿Lo ves? Ya el sol se ha ido. ¡Vámonos, vámonos!