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Pero cuando se terminó el espectáculo y el pequeño telón bajó sobre las reducidas tablas, Melisa suspiró profundamente y se volvió hacia la grave cara del maestro, con una sonrisa apologética y cansado gesto. Ahora, vámonos a casa insinuó. Y bajó los párpados de sus negros ojos, como para ver una vez más la escena en su imaginación virgen.

A la demostración histórica de que la conducta de Calderón, durante el período más floreciente de la poesía europea, fué la más seguida, añadimos una observación general apologética, y afirmaremos, que la poesía, aunque crea, no crea de la nada, sino de materiales preexistentes, y que estos materiales, como la naturaleza hace con todas sus obras, son también, en parte, las creaciones de los poetas anteriores.

como recordó, andando el tiempo, el autor de Reinar después de morir era hijo de Alonso Rodríguez Vélez y de doña Isabel de Dueñas, y se llamó indistintamente Diego de Dueñas y Diego Rodríguez de Dueñas mientras fué estudiante. Para graduarse de bachiller en Leyes en la Universidad de Sevilla (22 de septiembre de 1570), presentó los siguientes recaudos: casi seis meses que en la dicha facultad había cursado en Salamanca por los años de 1563, 64 y 65; dos cursos más, oídos en Sevilla, el último, desde 1.º de mayo de 1568 hasta 7 de mayo de 1569, y cinco lecciones de leyes que había leído. (Archivo universitario de Sevilla, libro 1.º de Diligencias y colaciones de grados menores, desde 1570 hasta 1574.) Este sujeto es, como columbré diez años ha, el mismo lincenciado Dueñas, poeta más que razonable, autor de once de las composiciones coleccionadas en Méjico, en 1577, bajo el título de Flores de varia poesía (Biblioteca Nacional de Madrid, Ms. 2973), y el mismo a quien se refirió el licenciado Francisco Pacheco, jerezano como él, en su interesante composición intitulada La sátira apologética en defensa del divino Dueñas, escrita en 1569, anotada por y publicada en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos (1907-1908). Trasladado a

Volviéndose entonces hacia las damas, les dirigió un discurso, que el ruido estrepitoso de la cascada no permitía oir claramente, pero por los animados gestos, por los movimientos descriptivos de sus brazos y el aire torpemente sonriente de su fisonomía, podíamos comprender que nos hacía una explicación apologética de su desastre.