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Cuando terminaron, la niña le miró: «No tengo la culpa de que usted haya esperado tanto: ha sido mamá ¡que es tan pesadaEl joven contestó con otra mirada indiferente y fría y entró en el gabinete. La niña salió de la sala con un nuevo desengaño en el corazón. Era el célebre doctor Ibarra un anciano fresco y sonrosado, pequeñito, con ojos vivos y escrutadores, todo vestido de negro.

De los nuestros salió herido el Gobernador de Chucuito de un bala de fusil, que le atravesó el muslo izquierdo, y el mismo Orellana se dislocó un pié de una caida de caballo, cuya incomodidad reparó brevemente, y continuó la accion. Otros oficiales y soldados fueron tambien heridos, y algunos de ellos peligrosamente, pero se terminaron con felicidad las resultas de sus heridas.

Los tertulios fueron depositando un beso en la frente de la criatura, procurando no despertarla, y la nodriza se retiró. Terminaron al fin las vistas. Romillo guardó su estereoscopio, no sin recibir antes algunas miradas como saetazos del indignado Hojeda.

El escribano, con la misma cara de risa, le dijo: Eh, tonto, no grites: ya te las volveremos. Cuando terminaron y se prepararon a marchar, los alaridos del chico fueron terribles. Los curiosos allí congregados trataban de consolarle en vano. Según pasaban por delante de sus ojos las vacas, llamábalas a gritos por sus nombres.

Determinó el obispo Siuri acabar la custodia comenzada en 1713 y suspendida por haber faltado la plata: llevóla á su palacio, allí la terminaron, y se estrenó en la octava del Corpus de este año. Gastó en ella 10000 pesos, y pesaba 800 marcos de plata. Este mismo prelado habia dado el año anterior á la catedral 12000 ducados para redimir un censo en que estaba empeñado para continuar las bóvedas.

Pero, para no interrumpir la narración, prosigo por orden. Mi padre no se apartó del cadáver hasta que los enterradores terminaron con la poco noble y decorosa inhumación terrena. Volvimos al Pazo. Mi padre me traía de la mano y gimoteaba como una criatura. Entramos en lo que había sido capilla ardiente. La carta póstuma del conde yacía por tierra.

Terminaron con la comedia de D. Antonio de Solís, Psiquis y Cupido, que se representó con el mayor lujo en el teatro del Buen Retiro. Las máquinas que sirvieron para esta función teatral, eran obra del ingeniero italiano María Antonozzi.

Mil diversas emociones de temor, de arrepentimiento, de cariño, de duda, de alegría y ansiedad cruzaron en un segundo por el corazón del joven marqués, que dobló la rodilla exclamando con acento conmovido: ¡Marta, por Dios, me perdones la necedad que acabo de decir!... ¡Soy un estúpido!... ¡Acababa de soñar unas cosas tan tristes, y de repente terminaron todas tan bien!... No me resignaba a dejar escapar así la felicidad... Una idea absurda me vino a la cabeza, inspirada por el mismo deseo de verla realizada... Pero no..., no..., yo no puedo ser ya feliz en la tierra... Nací para ser desgraciado... Afortunadamente moriré pronto, como mi padre... y como mi madre... Perdóname esta locura de un momento y no llores... ¿Quieres saber lo que soñaba?... Te lo voy a decir, porque será quizá la última vez que me veas... Soñaba..., soñaba, Marta, que me querías.

Y aquí terminaron sus relaciones con el consejero y su grupo. Los comerciantes, al verse cada vez más próximos á su patria, se iban despojando del servil deseo de agradar que les acompañaba en sus viajes al Nuevo Mundo. Tenían, además, graves cosas de que ocuparse. El servicio telegráfico funcionaba sin descanso.

Terminaron los gozos. Con la última estrofa desapareció la cerril cantante, y la enferma se incorporó trabajosamente, poniéndose en pie tras varias tentativas dolorosas.