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Actualizado: 28 de julio de 2025


Desde que has vuelto de tu extraño viaje eres otro. ¿Otro? por cierto, antes sufrías; ahora no sufres; antes no tenías ni fe ni esperanza; ahora... Luis; yo veo en tus ojos otra vida... Luis; has encontrado la felicidad que buscabas... yo quiero saber la causa de tu felicidad. Amparo tenía menos paciencia que yo, y pasaba la primera el límite que tácitamente nos habíamos señalado.

»Cuando entres en este cuarto no podré desearte la bienvenida: estaré enferma y quizá hasta mis labios se habrán cerrado para siempre. Todo lo encontrarás como tenías la costumbre de verlo en casa; todo esto estaba preparado para ti, y te esperaba desde hace mucho tiempo. Que sea el dolor o el gozo lo que te acoja en el umbral de esta casa, descansa en paz y duérmete con el sentimiento de estar en tu casa. Esfuérzate en amar a Roberto, como él mismo te amará. Entonces todo irá bien todavía, ya sea que Dios me deje con vosotros o que me llame a

Me lo contaban todos los papeles encontrados en tus bolsillos, las fotografías perdidas entre tus libros, las alusiones de tus camaradas, tus sonrisas de orgullo, el aire satisfecho con que volvías muchas veces, una serie de costumbres y cuidados de tu persona que no tenías al salir de aquí... Adivinaba también en tus caricias atrevidas la presencia oculta de otras mujeres que viven lejos, al otro lado del mundo.

El coronel, tan galante en el Casino, tan besador de manos, se mostraba intratable, como un dragón guardador de tesoros, cuando le proponían una visita, aunque sólo fuese á los jardines. Sin permiso del príncipe nadie franqueaba la verja. Y al llegar de París, ni siquiera me he aproximado á tu propiedad. Me dabas miedo. ¡Si hubieses podido ver qué aire de salvaje tenías la otra tarde!

De vez en cuando el silencio era interrumpido por carcajadas estrepitosas; era que una aventura cómica alegraba al concurso, sacándole de su estupor malsano y corrosivo. Entre la admiración general serpeaba la envidia abrazada a la lujuria: las tenias del alma. Los ojos brillaban secos.

Me dejó completamente libre para elegir y se contentó con mis razones sin pies ni cabeza, para rechazar a mis pretendientes. ¿Y no eras la que tenías tanta prisa por casarte, Reina? me preguntó Blanca. No me casaré, si no encuentro lo que deseo. ¡Ah! ¿y qué deseas? No lo aún respondile con la garganta oprimida. Blanca me tomó la cara con ambas manos y me miró con atención.

«¡Qué ordinario es esto! exclamó, sin poderse contener . Vaya, que me traes a unos sitios... ¡Bah, bah!... ¿No te gusta conocer las costumbres populares? A me encanta el contacto del pueblo... Para otra vez, marquesa, iremos a uno de los buenos restaurants de Madrid... Perdóname por hoy... Tenías carita de hambre atrasada. Esto no es para dijo Isidora con remilgo.

Porque, dime, ¿qué necesidad tenías de convertirte en enfermera para cuidar de esta vieja achacosa? No, ya se lo dije al señor Cura, que cuando vuelvan a Villaverde vengan a esta casa, a esta pobre casa que es suya. Nosotras te queremos mucho, y Rodolfo lo mismo, me lo ha dicho muchas veces te quiere como a una hermana. Y cuando llegó la hora de recogerse le dijo: ¿Cerraste ya los baúles? ¿No?

Así, así respondió Cecilia fijando en él sus ojos grandes, llenos de luz. Mucho, ; ayer no tenías bordado ese clavel... digo, me parece que es clavel... Es jazmín. Ni esas dos hojas más. ¡Bah! Eso no es nada. ¿Y qué es lo que estás bordando? Cecilia siguió moviendo la aguja sin contestar. ¿Qué es lo que bordas? preguntó Gonzalo en voz, más alta, pensando que no le había oído.

Algo quiso decir en alta voz; pero él no la dejaba meter baza, y como si trajera un discurso preparado y no quisiera dejar de pronunciar ninguna de sus partes, pegó en seguida la hebra: «¿Te acuerdas de cuando yo estaba loco? Los ratos que te di te los tenías bien merecidos; porque en realidad te portabas muy mal conmigo.

Palabra del Dia

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