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Actualizado: 22 de mayo de 2025
La joven se acercó á la duquesa. Doña Juana volvió el relicario. Su mano temblaba. ¿Quién os dado esas joyas? dijo en voz baja y rápida á doña Clara. Mi marido, señora contestó en voz muy baja y profundamente conmovida doña Clara. ¿Y sabe vuestro marido?... ¿sabéis vos?... Sí; sabemos que por estas joyas puede conocer á su madre.
Y los dos novios, puestos ya en la pendiente del apasionamiento, arrullábanse con la música de sus palabras, con la exuberancia verbosa propia de la tierra. Rafael, agarrado a los hierros, temblaba emocionado al hablar a María de la Luz, como si sus palabras no fuesen suyas y le turbasen con dulce embriaguez.
Entonces el Magistral, allá dentro, callaba; y cuando ella terminó, la voz del confesonario temblaba al decir: «Hija mía, esa historia de sus tristezas, de sus ensueños, de sus aprensiones merece que yo medite mucho.
Armaba cada pelotera de vez en cuando con la vecina del segundo, que la casa temblaba. ¡Así me gustan a mí! murmuró D. Laureano atusándose con mano trémula el bigote y devorando con los ojos a la hermosa chula, ¡Que muerdan y arañen como los gatos!
Temblaba sin embargo, y se volvió hacia Ester con una expresión de duda y ansiedad en los ojos que fácilmente podía distinguirse, por estar acompañada de una débil sonrisa en sus labios. ¿No es esto mejor, murmuró, que lo que imaginamos en la selva? ¡No sé! ¡No sé! respondió ella rápidamente. ¿Mejor? Sí: ¡ojalá pudiéramos morir aquí ambos, y Perlita con nosotros!
Cuando notamos que la tierra temblaba, corrimos, primero al jardín; pero venciendo la curiosidad, salimos a la calle y observamos a todo el mundo en las puertas de sus casas; caras llenas de espanto, gente que corría, mujeres arrodilladas, un pavor desatentado vibrando en la atmósfera.
Se calló para poder respirar y tomar aliento, y noté que hasta sus labios estaban blancos y temblaba de pies a cabeza. Felizmente continuó al fin, pudo usted salvarme; de otro modo, el complot habría tenido éxito en todos conceptos.
Había perdido, en ocho años de miseria, aquella elegancia que ennoblece hasta las tonterías de los hombres bien nacidos. Todos los placeres le eran permitidos y llegó hasta llevar a la cabecera de Germana el olor nauseabundo de la taberna. La duquesa temblaba ante la idea de dejar a aquel niño viejo en París, con más dinero del que se necesitaba para matar a diez hombres.
Roberto Vérod se decía que él también llegaría a olvidar, pero el tiempo tardaba en concederle ese ambicionado bien. En ciertas ocasiones, cuando un nuevo pensamiento le distraía de tan doloroso recuerdo, el joven temblaba, porque ese nuevo pensamiento era infinitamente más grave.
El piso temblaba como si pasara un carro. Nazaria llegó a una mesa y cogió un objeto voluminoso que encima de ella había. ¿Qué era aquello? Era una urna de madera y cristal, alta de tres cuartas. Dentro de ella había una virgen de los Dolores, y encima un toro de yeso, dos toreros, un niño Jesús, una enormísima moña.
Palabra del Dia
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