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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Temblaba, no de miedo, sino de ansiedad y zozobra, con la inquietud del cazador que teme llegar tarde. ¡Ah, si caía sobre el enemigo, si le pillaba cerca de la puerta, lanzando a media voz sus mortales injurias!...

Hullin temblaba de ira, haciendo responsable de la situación al contrabandista. Mientras tanto, Marcos Divès había rodeado el barranco, en lo que empleó una media hora, y comenzaba a divisar las dos compañías alemanas situadas, en posición de descanso, a cien pasos detrás de los cañones que hacían fuego sobre las trincheras.

Llegando al vestíbulo, temió aparecer en el salón sin el aplomo necesario. Se detuvo. "Voy a verla dentro de un instante", se dijo. Temblaba todo entero. De pronto le tocaron en el hombro, y una voz conocida le murmuró: "Hombre, tenía que hablarte a propósito de aquello". Se volvió con brusquedad, desagradablemente sorprendido: era Miguel Castilla. ¿A propósito de qué?

Ideó consultar el caso con su tía; pero no quiso dar su brazo a torcer, y temblaba de que doña Lupe le dijese: «¿Ves?, ¡por no hacer caso de !». ¡Celos! ¿Y de quién? Fortunata mostrábase con todos tan fría como con él. Solía esparcir melancólicamente sus miradas por la calle, entre el gentío, sin fijarse en nadie, cual si buscaran a alguien que no quería dejarse ver.

Don Álvaro sintió un profundo y tiernísimo agradecimiento. ¡Le daban una fe en mismo aquellas palabras! No quería saber más: o mejor, comprendió que nada positivo podía añadir Visita. Vio en el rostro de aquella mujer una amargura que revelaban ciertos músculos, mientras otros luchaban por borrar aquel gesto. Su voz temblaba un poco. Daba lástima. A lo menos la sintió Mesía.

Don Fernando temblaba: sus gafas azules empañábanse turbando la visión de sus ojos. La fría impasibilidad que le había acompañado en los azares de su vida, derretíase ante aquel pequeño cadáver, ligero como una pluma, que acostaba en el lecho de su miseria.

Díselo a tu papá. Es que yo no me atrevo... Si te encargases... Está bien, hija, para han de ser todos los apuros.» Y armándome de valor me atreví a decírselo a éste. Crea usted que temblaba como una hoja, porque no sabía cómo lo iba a tomar; tenía miedo que me echase con viento fresco. Afortunadamente, estaba de buen humor aquel día, ¿verdad, querido?

No vacilaba y no discutía con mi destino: tenía suficiente energía, suficiente orgullo para vivir sola aun en el extranjero. Pero temblaba por Marta, que, menos que nunca, podía vivir sin consuelo ni afecto. El día de su casamiento parecía todavía muy lejano.

Había que evitar con cuidado burlarse de él o contrariarlo, porque entonces montaba en ira, apretaba los puños, las venas de las sienes se le hinchaban como cuerdas; y, cuando se ponía a jurar, todo el mundo temblaba y hasta los perros huían. N. del T. Su esposa era una mujer dulce, tranquila y sumisa. ¿Habría podido ser acaso de otro modo?

Ruborizarse igualmente; y esto fué lo que llevó a cabo de un modo perfecto. A los tres les temblaba la voz, y después de preguntarse por la salud, no supieron qué decirse. Las miradas cargadas, de curiosidad de la gente contribuían a embarazarlos.

Palabra del Dia

bagani

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