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Actualizado: 22 de junio de 2025


No es la muerte la que me espera, sino la vida y el placer... ¡Váyase usted: déjeme sola: él va a venir ahora!... Yo también miré entonces en torno mío, desconcertado: mi mano armada temblaba. Y como en mi mirada había una pregunta, ella la comprendió: ¡Va a venir: soy suya!... La roja llamarada me subió otra vez, más furiosa, a los ojos y a la frente. ¡Cállese usted! la grité.

Parecía con más bigote; los ojos le brillaban de tal modo, que era difícil mirarla de frente. Sobre la torre de su cabellera temblaba un gran sombrero de terciopelo que había sustituido momentáneamente á la gran peineta de su vida de salón. ¿Le parece á usted bien lo que ha hecho ese imbécil? gritó el protector antes de saludarla . ¿No merece que...?

Sus ojos brillaban como ascuas debajo de sus cabellos blancos; todo su cuerpo temblaba de odio y de cólera como el de una fatal euménida.

Yo, señor dijo balbuceando , he venido á buscar en vos amparo y consuelo. Y yo no os lo niego; pero habéis pecado mucho, y es necesario que reparéis el mal que habéis hecho sirviendo de medio para que el crimen no triunfe de la virtud. Os serviré, señor. Hablábamos de vuestro sobrino. ¿Quién es ese joven? Ese joven, señor, no es mi sobrino dijo Montiño, que temblaba como un azogado.

El aderezo de la silla era de terciopelo azul, con las armas de su linaje bordadas hacía atrás, con oro y con seda. Dos lacayos le precedían. Iba a pasar, sin duda, por la casa de Beatriz, o a verla salir de alguna iglesia. Blanco penacho de plumas, sujeto a su gorra por un joyel de diamantes, temblaba en el aire de la mañana.

Después cogiendo una silla vino a sentarse a su lado, y tomándole una mano le dijo con voz que temblaba ligeramente: No eres sola desgraciada, Elena. Yo también lo soy. ¿? exclamó aquélla alzando la cabeza y mirándola con estupor. , hace dos días que me encuentro en esta casa porque me he visto obligada a huir de mi marido.

Le he estado observando desde allí, temblaba, temblaba estremecido de deseo... sus ojos devoraban tus ojos, se fijaban en tu cuello, en tu seno... sufría... está loco por ti... no te ama... tiene hambre de ti y nada más. ¡Eso es mentira! ¡Pobre loca! porque ella le ama, porque le ama con toda su alma, cree que él... ¡él! lo más puro que él siente por ti, es lástima... y eso es humillante...

He crecido sabiendo con qué punzadas y retortijones avisa el estómago el dolor de su vacío... He sufrido privaciones y vergüenzas, hasta que un día... Calló un momento. Temblaba su voz, súbitamente enronquecida. Se llevó una mano a los ojos como si le molestase la luz. Un día, cuando fui hombre, una infeliz me escuchó: una compañera de miseria, ansiosa de ideal a su modo.

El señor de Avrigny se excitaba, más y más con sus propias palabras y paseábase por la estancia visiblemente agitado, sin mirar a su hija, que temblaba como la hoja en el árbol, ni a Amaury que le escuchaba de pie y frunciendo el entrecejo.

Temblaba de satisfacción y de orgullo al devolver el saludo á sus amigas. Sus ojos hablaban: «; éste es mi novio... Un héroeLe preocupaba la Cruz de Guerra puesta en el pecho de la blusa «horizonte». Sus manos cuidaban de su arreglo, para que se destacase con mayor visualidad.

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