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Actualizado: 18 de junio de 2025
Créame usted: tome usted su onza: yo le doy las gracias y... no hablemos más. ¿Y de qué modo puedo yo hacer para favorecerte? dije volviendo y tomando la onza. Dios me favorecerá; esté usted seguro de ello. Dios y... La muchacha calló, tembló y fijó una mirada ansiosa en el fondo de la calle. Guiado por su mirada, miré y vi otra trapera que se acercaba.
Se vió el estanciero á pie, mientras el otro continuaba huyendo con su hija sobre el arzón. Toda su voluntad la concentró en la mano que sostenía el revólver, apuntando éste contra el enemigo fugitivo. Necesitaba matar su caballo. Rojas, que no temía la lucha con las fieras ni con los hombres y pocas veces había conocido el miedo, tembló de emoción... ¡Dar muerte á un caballo!
Laura se cercioró aún más de su tristeza, y poniéndole una mano sobre el hombro, le dijo con mimo: Vamos... díme, querido, ¿qué tienes? El mayordomo dió todavía algunos pasos sin contestar. Una lágrima tembló en sus negras y largas pestañas, y bajó rodando silenciosa por la mejilla. Laura al verla exclamó con sobresalto: ¿Qué es eso? ¿Por qué lloras? Porque no me quieres.
Montiño tembló de los pies á la cabeza, vaciló y cayó de rodillas sobre el suelo encharcado, murmurando: ¡Ah! ¡Perdón! ¡perdón, señor! exclamó ; me aterraron... el tío Manolillo...
Febrer, ante este insulto, tembló, guardándose el revólver en la faja. ¡Su madre, su pobre madre, pálida, enferma, dulce como una santa, resucitando con el más infamante de los insultos en la boca de aquel presidiario!... Anduvo instintivamente hacia la puerta, tropezando a los pocos pasos con la mesa y las sillas amontonadas.
En la imaginación del joven, aquella calle había sido mutilada de un modo horroroso; le parecía extremadamente corta, y la pequeña puerta por donde desaparecía Tónica todas las noches estaba ya a la vista. Para mayor desgracia, la joven seguía hablando; pero Juanito tembló, pensando que podía quedarse solo y desesperado dentro de pocos minutos por culpa de su timidez, y al fin se sintió hombre.
Al día siguiente, fué doña Paula acompañada de Pablo. Halló a los esposos muy propicios a dejar aquel nido escondido y trasladarse a la villa; como se efectuó en la misma semana. Cecilia salió a recibirlos a la puerta de la calle y abrazó y besó a su hermana con efusión. A Gonzalo, le tendió la mano, que por un esfuerzo soberano de la voluntad, no tembló.
Y aún tembló más al verle de cerca... Era René. Sus manos oprimieron con cierta extrañeza unas manos fuertes, nervudas. Vió el rostro de su hijo con los rasgos más acentuados, obscurecido por la pátina que de la existencia campestre. Un aire de resolución, de confianza en las propias fuerzas, parecía desprenderse de su persona. Seis meses de vida intensa le habían transformado.
Y bajó en seguida la escalera, como si le llevaran los demonios. Pero don Simón oyó la amenaza y tembló; no de miedo a la muerte, sino de horror a la palabra ¡estúpido! con que le bautizaba aquel hombre, el mismo que tantas veces había ponderado su talento. ¿Cuándo le había dicho la verdad?
Herminia tembló, pensando: "¿Qué va á preguntarme?" El joven dijo sencillamente: ¿Seré tan dichoso que esté hablando con alguna amiga ó pariente de la señorita Guichard? Era preciso responder, so pena de pasar por una grosera. Soy su sobrina, balbuceó Herminia. ¡Oh! Me alegro infinito! dijo él con calor.
Palabra del Dia
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