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Actualizado: 18 de octubre de 2025
Doña Cristina tembló en el primer momento ante el silencio de su esposo. Le parecía escuchar la risa irónica del doctor Aresti, allá en las minas. Temía la explosión ruidosa del gigante que se veía ridiculizado por una mujer, que no era para él más que una administradora del hogar.
Don Juan había ido allí vivamente excitado por el recuerdo de lo que había pasado entre Dorotea y él aquella mañana en la prisión. A pesar de su amor á doña Clara, Dorotea era un astro bellísimo, que poniéndose entre los dos esposos, producía un eclipse de amor. Don Juan no veía entonces más que á Dorotea. Se acercó á ella, y al verla de cerca, sintió una conmoción poderosa, tembló, se deslumbró.
Ya le he dicho á ese condenao que su primo le espera y no está usted para canciones... Pero Aresti no la hizo caso y se dejó abordar por aquel hombre, diciéndose mentalmente: «¡Qué magnífico animal!» Tembló por su mano, cuando se la agarró el gigantón con una de sus garras de dedos callosos y gruesos.
Asida á su Ataide Ayela, miraba, cual la leona que á su cachorro defiende, á Aben Jucef, que su cólera trocado habia en espanto, y ella, al verle, tembló toda.
Pero cuando la mano de Nébel tocó en la oscuridad un brazo tibio, el cuerpo tembló entonces en una honda sacudida.
Como su situación y la de aquella desdichada era casi la misma, pensó que podía haberse hallado en caso igual; tuvo miedo, tembló por sí, y se estremeció ante la idea de dejar sin madre a aquel pedacito de su alma concebido entre placeres, parido entre dolores, que allí dormía puestos los labios en su pecho y acogido al calor tibio y cariñoso de su cuerpo.
Lo que importa es ganar distancia, marchar en línea recta. El segundo, hábil timonel, obedeció al capitán. Tembló todo el casco á impulsos de una velocidad extraordinaria. La proa cortaba las aguas con un rumor creciente. El sumergible enemigo, al aumentar su volumen con la emersión, pareció, sin embargo, retroceder en el horizonte.
Allá, en la orilla de aquel precioso río artificial rodeado de verde musgo y sobre el cual inclinaban los árboles sus hojas nacientes, Sorege tuvo conciencia de su pérdida inevitable y tembló de miedo y de cólera. Pero no pensó en capitular; antes al contrario, se afirmó en el propósito de luchar hasta el último extremo, aunque hubiera de perecer.
Flimnap tembló en su asiento. Gurdilo iba á perder la victoria que se imaginaba haber alcanzado con su discurso. Como los defensores del gobierno hablaban de economías, la opinión se iba hacia ellos.
El de Mesía tembló como azogado, mandó ensillar la mula y, sin chistar ni mistar, obedeció el precepto. Desde entonces ella llevó en la casa los pantalones, y él fué el más fiel de los maridos de que hacen mención las historias sagradas y profanas, como que sabía que le iba la pelleja en el primer tropezón en que lo pillase madama. Mucho cuento es tener por compañera una mujer de asta y rejón.
Palabra del Dia
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