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Actualizado: 18 de octubre de 2025


Tembló el aire y el delantero cerró los ojos, mientras Celedonio hacía alarde de su imperturbable serenidad oyendo, como si estuviera a dos leguas, las campanadas graves, poderosas, que el viento arrebataba de la torre para llevar sus vibraciones por encima de Vetusta a la sierra vecina y a los extensos campos, que brillaban a lo lejos, verdes todos, con cien matices. Empezaba el Otoño.

El cáncer de la venalidad continuó corrompiendo aquella asamblea, que no tenía un rival, sino una sucursal en la Fontanilla. #Se queda sola#. Cuando Lázaro volvió á su casa, tembló en presencia de Coletilla.

Tembló la joven ante esta amenaza, proferida con voz imponente. Pero eres buena continuó el jesuíta cambiando de tono y obedecerás.

Federico halló primero mi caballo, tembló por mi suerte y me descubrió al fin, guiado por el grito con que yo había retado a Ruperto. Su gozo fue tan intenso como si de su propio hermano se tratara, y en su cariño y ansiedad por , desdeñó cosa tan importante como la muerte de Ruperto Henzar. Sin embargo, yo hubiera sentido no haberlo castigado por mi propia mano.

No señor, no pienso hacerme monja; prefiero ser pecadora y cuidar de mi pobre amiga. Juanito tenía en los labios una pregunta audaz. ¿Qué hacía? ¿La soltaba...? Tembló; pero vacilando, diola curso, al fin, con voz de agonizante. ¿Y no piensa usted casarse? Tónica contestó con una carcajada. ¡Casarme yo...! ¿Y quién ha de ser el valiente?

Tembló de miedo ante los años de presidio que le esperaban por desacato a la religión; lloró de arrepentimiento por su sacrilegio, y al fin, los más indignados acabaron por influir en su favor, y se arregló todo mediante la promesa de dar ejemplo a los pecadores con una penitencia extraordinaria.

En aquellos grandes ojos extáticos, tembló al fin una lágrima, creció, vaciló... desprendióse rodando, dejando húmedo surco sobre sus mejillas marchitas, y cayó como una gota de fuego sobre su mano, que se dejó quemar sin moverse. Poco después, se había evaporado. Un ángel la recogió y la llevó a Dios para que pidiese cuenta de ella a quien correspondiese.

Tembló de pies a cabeza y le faltó la respiración como si hubiese recibido un golpe formidable. Después, sacudiendo con fuerza la cabeza para arrojar la idea que acababa de producirle tan violenta emoción, prosiguió, vacilante, su marcha. «No, ello no era posible... Lo hubiera sabido... Miguelina, después de su separación, no le hubiera dejado ignorar una cosa semejante...»

La conversación fue larga, mostrándose Cristeta tan firme en su propósito, que los vicios bajaron la cabeza. Doña Frasquita tembló ante la idea de que, si su sobrina volvía al teatro, tornase su marido a las pasadas liviandades: don Quintín, barruntando que en aquello andaba Juan, calló seguro de que Cristeta le hablaría luego reservadamente. No se había equivocado.

Y reteniéndola aún entre las suyas, exclamó: ¡Cuánto tiempo!... ¡Mucho, !... Trae una silla y siéntate. Pero Miguel, sin hacer caso, siguió en pie, y volvió a exclamar, arrasados los ojos de lágrimas: ¡Pobre papá! La mano de la brigadiera tembló un poco dentro de las suyas; pero soltándose en seguida, le señaló de nuevo una silla. Siéntate, Miguel, siéntate.

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