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Después que le vi, se me ha clavado de tal manera en el pensamiento la idea de... Es una idea mía, idea mala, señora... pero usted es una santa, y me la quitará de la cabeza... Por eso no tengo sosiego hasta no decírsela... Basta, basta; no quiero, no quiero. Que quiere insistió la joven reteniéndola por ambas manos, pues la confesora hizo ademán de apartarse de ella.

No traía más que la camisa y una enagua. Al verse en aquella figura delante del joven sintió gran vergüenza. Ambos quedaron confusos un instante, sin saber qué hacer ni decir. Ella fue la que primero rompió el silencio con voz temblorosa. Yo me vuelvo a casa, D. Andrés... aunque mi padre me mate. ¡Eso que no! contestó él reteniéndola por el brazo. Ahora no puedes volver de ningún modo.

Había crecido poco, no obstante. ¡Anda, taponcito! ¿Cuándo acabas de estirar? le decía Ricardo, reteniéndola por una de sus trenzas, cuando cruzaba por delante de él. La niña sonreía, encogiéndose de hombros, y proseguía su camino.

Y reteniéndola aún entre las suyas, exclamó: ¡Cuánto tiempo!... ¡Mucho, !... Trae una silla y siéntate. Pero Miguel, sin hacer caso, siguió en pie, y volvió a exclamar, arrasados los ojos de lágrimas: ¡Pobre papá! La mano de la brigadiera tembló un poco dentro de las suyas; pero soltándose en seguida, le señaló de nuevo una silla. Siéntate, Miguel, siéntate.

Su voz se hacía angustiosa; María Teresa, entristecida de verlo forzado a darle estas penosas felicitaciones, en un impulso de piedad le tomó la mano que apoyaba en el respaldo de un sillón, y reteniéndola entre las suyas, pronunció con una entonación de ternura que la sorprendió a ella misma: Gracias, Juan.

Al decir esta última palabra, sin duda creyendo había ido más allá de lo que se proponía, se levantó, dándome las buenas noches, al par que me tendía una de sus manos. Puesto que V. me manda que escriba, escribiré la dije, reteniéndola un momento, y es más, la prometo que el primer ejemplar de mi nuevo libro será para V. No lo hará V. Juro que .

1 Mas un varón llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una posesión, 2 y defraudó del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo una parte, la puso a los pies de los apóstoles. 3 Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué ha llenado Satanás tu corazón a que mintieses al Espíritu Santo, y defraudases del precio de la heredad? 4 Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti?