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Actualizado: 2 de junio de 2025
Continuábase alabando el valor de María y su virtud. ¡Ay Dios mío, el considerar que está una encerrada para siempre y llevando una vida de tanto trabajo!... La superiora, mirando para ella, exclamaba con cierta sonrisilla no muy tranquilizadora: ¡Pobrecita!, ¡pobrecita!
De puro ateo y compasivo que es; sólo que el mejor día le va a borrar alguno la sonrisilla esa de un bofetón... digo, me parece a mí... ¡Ajá!... ya estamos... Hoy no basta la mano, porque son muchos los escalones descubiertos y están algo resbaladizos: tenga usted la bondad de tomar mi brazo... ¡Atraca bien, Cornias, y ten firme!... Poco a poco, Nieves... Déjeme usted pasar primero al balandro... Deme usted su mano ahora... Muy bien... Ya estás botando, Cornias; y en el aire... ¡Listo el foque para hacer cabeza!... Pase usted a su sitio de costumbre, Nieves, que es el más seguro... Eso es... Avante vamos... ¡Listo el aparejo!
¡Oh!, mil y mil gracias, señor ministro dijo don Simón cayéndosele la baba ; pero yo no merezco ese concepto... ¡Vaya si le merece usted! replicó S.E. con una sonrisilla y un retintín que acabaron de emborrachar a don Simón; retintín y sonrisa que en aquel personaje y en aquella ocasión venían a significar un pensamiento que podía traducirse en estas palabras: ¡Qué hermoso suizo!
Y es claro, en cuanto quedaron sueltos los broches, el álbum se abrió solito por las páginas entre las cuales estaba el contrabando que pensaba Leto escamotear al ir pasando las hojas con la mano libre. La palidez del pobre mozo se trocó en carmín subidísimo. Nieves le miró entonces con una sonrisilla muy picante.
En ocasiones, las voces son tan altas, que el cura se ve en la precisión de salir a imponerles silencio. Con tal motivo, les pronuncia siempre un discurso, en que los llama, entre otras cosas, escribas; pero los feligreses recalcitrantes no se dan por ofendidos, y reciben las pedradas del pastor bajando la cabeza con sonrisilla irónica.
Doña Paca se apareció dando gruñidos y diciendo que la tos provenía de tanto hablar, contra lo que el médico ordenaba. «A usted no le ha de matar la enfermedad, sino la conversación... A ver si toma el jarabe y cierra el pico». Para atenuar el efecto de esa salida un tanto descortés, estando presente una visita, la señora aquella agració a la intrusa con una sonrisilla forzada. ¿Cuál de las dos daría al enfermo la cucharada de jarabe?
La blancura de aquel rostro, oreado por el cierzo, hacía pensar en las hostias; y era, en verdad, como el viático de su amor, el viático de su pasión, olvidada y moribunda. Una vez frente a la ventana, Beatriz insinuó un vago saludo, haciendo florecer en su labio una sonrisilla mortificante.
Entre tanto, Amparo disfrutaba viendo la rabia de sus rivales en la Fábrica, la sonrisilla de Ana, las indirectas, los codazos, la atmósfera de curiosidad que se condensaba en torno de su persona, llegando a tanto su desvanecimiento, que se hacía a sí propia regalos misteriosos para que creyese la gente que procedían de Sobrado; se prendía en el pecho ramilletes de flores, y hasta llegó a adquirir una sortija de plata con un corazón de esmalte azul, por el retegustazo de que pensasen ser fineza de Baltasar.
¿Tiene V. prisa, verdad, caballero? responde el dependiente con cierta sonrisilla irrespetuosa. El sabio escribe en silencio sobre la papeleta el nombre de una obra famosa, aunque reciente, y entra en el salón principal de la biblioteca. En cada extremo de él hay un grupo de señores convenientemente separados de los que leen arrimados a las mesas.
Se entabló una disputa animada, violenta, entre ambos. Cobo se mantuvo en sus trece sosteniendo con brío que no había tal azorar, que a nadie se lo había oído en su vida y eso que estaba harto de hablar con personas ilustradas. El joven y perfumado concejal le respondía brevemente sin abandonar la sonrisilla impertinente, seguro de su triunfo.
Palabra del Dia
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