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El aspecto de Celestina era tan extraño como el de Refugio, y al mismo tiempo tan semejante al de esta, que no se podría fácilmente decir cuál de las dos era la señora. «Lo probable pensó la Bringas sentándose en el primer sillón que se desocupó , es que ninguna de las dos lo sea». La de Sánchez tenía su hermoso cabello en el mayor desorden. No se había peinado aún.

¿Que no tiene D. Miguel miedo a los ladrones? preguntó con acento afectadamente brusco el señor de las Casas. que lo tiene repuso sonriendo dulcemente el joven, sentándose al propio tiempo al lado de su madrina. Sus razones habrá. Los ricos son los que temen. Los pobres, como yo, están tranquilos. Pero ¿tendrá el señor cura tanto dinero como se dice? preguntó D.ª Marciala con curiosidad.

¿Sois vos el novio, no es esto? dijo sentándose en un sillón y mirando al joven con el mismo aire impertinente con que hubiera mirado á un ayuda de cámara. , señora; yo soy dijo don Juan, templando su acento al tono del de la duquesa, porque en orgullo no cedía á nadie ; yo soy el marido de doña Clara.

La vieja despertó con el ruido de pasos. Al ver al prelado, dio un grito de sorpresa: ¡Don Sebastián! ¡Aquí usted...! He querido visitarte dijo el cardenal con sonrisa bondadosa, sentándose en una silla . No siempre habías de ser la que me buscases. Te debo muchas visitas, y aquí estoy. Hundiendo una mano en las profundidades de la sotana sacó una petaca de oro, encendiendo un cigarrillo.

Una mañana, muy temprano, Eufemia entró en la alcoba de Reyes, y le despertó diciendo: La señorita llama, quiere que el señorito vaya a buscar a D. Basilio. ¿Al médico? gritó Bonis, sentándose de un brinco en la cama y restregándose los ojos hinchados por el sueño . ¡Al médico, tan temprano! ¿Qué hay, qué ocurre?

¡Pronto! dijo con sequedad el viejo, sentándose y tomando una carta que había sobre la mesa. La leyó; después tomó su capa y su sombrero, y dijo á las chicas: Voy á salir; tengo que hacer: no volveré en toda la tarde. Mi sobrino llegará esta noche á eso de las ocho: yo no vendré hasta las diez lo más temprano. Que me espere aquí.

Por último lanzó un profundo suspiro, se pasó la mano por la frente y sentándose bruscamente, me señaló una silla en frente de él. Entonces, como si hubiera deseado hablarme, sin hallarse con el valor suficiente, sus ojos se detuvieron sobre los míos, y leí en ellos una expresión tal de angustia, de humildad y de súplica, que de parte de un hombre tan orgulloso como él, me conmovió profundamente.

30 diciendo: Este hombre comenzó a edificar y no pudo acabar. 31 ¿O cuál rey, teniendo que ir a hacer guerra contra otro rey, sentándose primero no consulta si puede salir al encuentro con diez mil al que viene contra él con veinte mil? 32 De otra manera, cuando aún el otro está lejos, le ruega por la paz, enviándole embajada.

¡Cómo me late el corazón! exclamó llevándose la mano al pecho. ¡Adiós! ¡Buena suerte! A quien le latía hasta querer saltársele del pecho era al pobre Mario. No se atrevió a mirar a Carlota. Tampoco ésta volvió su rostro hacia él. Felizmente vino a sacarlos del apuro la bella Presentación. Entró seria, ceñuda y, sentándose cerca del balcón, exclamó con un suspiro: ¡Ea! ¡Ya estoy en funciones!

¿Ha visto usted la inquina que tiene la india conmigo? exclamó Agapo, sentándose en el borde de una silla, a la vez que echaba hambrienta mirada a la alacena. La señora tenía dos ruedecitas de patata sobre las sienes, y con su semblante fatigado mostraba a las claras padecer fuerte neuralgia. Tengo un dolor de cabeza... dijo ella, llevando una mano a la frente.