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Actualizado: 13 de julio de 2025
D. Valentín, muy afligido y lloroso, y no menos humilde, contestó que nada tenía que perdonar; que él era el culpado, pues no había sabido hacer dichosa á una mujer tan santa y tan buena. El rostro macilento de Doña Blanca se tiñó entonces de ligero rubor. Sus labios exhalaron un triste suspiro.
Los jóvenes se apresuraron a ayudarlas; pero lo hicieron con tal ardor que no lograban más que asustarlas y ponerlas nerviosas. Hubo en tan memorable ocasión un verdadero derroche de rubor, de gritos, de risas maliciosas y de frases más o menos felices. Gustavo Núñez, en su calidad de escudero de la señora de Reynoso, hizo lo posible por llenar a conciencia su cometido.
Realmente empezamos á ser viejos añadió sonriendo , y sentimos necesidad de rozarnos con la juventud... ¿Era tu amante?... ¿Es él quien motiva tus preocupaciones? La duquesa palideció ante estas preguntas, mostrándose indecisa. Luego quiso hablar. Se notaba en ella el apresuramiento del que desea sincerarse; pero á su palidez sucedió una oleada de rubor.
¿Su?... ¡concluya, se lo suplico! ¡Su turbación es tan deliciosa!... Si usted supiera hasta qué punto me hace feliz ese rubor, esa risa que quiere disimular una emoción tal vez más fuerte y más sincera... No vaya usted a creer... he querido decir que lamento...
La prendera quedó suspensa; vaciló un momento, pero viendo aquel rostro infantil cubierto de rubor, viendo sus ojos azules y límpidos como los de un querubín resplandecientes de gratitud, le entregó la mano sonriendo de la humildad y la inocencia de aquel niño. ¡Qué cordero de Dios! murmuró la buena mujer mientras sentía su mano mojada por las lágrimas de Godofredo.
El paseo con el estudiante, la escena del ventorrillo, la vil tortilla cebolluna, las naranjas comidas en campo raso, las confianzas, las carreritas, se reprodujeron en su imaginación como un sabor amargo y malsano, haciendo salir el rubor a su semblante. Habían sido aquellas aventurillas tan contrarias a su dignidad y a su posición futura, que diera cualquier cosa porque no hubieran pasado.
Para ellos son del todo inútiles cuantas prendas más o menos postizas usa la humanidad para encubrir sus vicios, y lo mismo el santo rubor que la falsa hipocresía, el noble decoro que la falaz preocupación, les provocan la carcajada de extrañeza que causó a Cetewayo, destronado rey de los zulús, la camisa que le ofrecían sus vencedores ingleses.
La joven bajaba a la sazón los ojos, e inclinaba el semblante llena de rubor; pero cuando lo alzó para saludarnos, pude admirar sus ojos negros, aterciopelados y que velaban largas pestañas, así como sus mejillas color de rosa, su nariz fina y sus labios rojos y frescos. ¡Era muy linda! ¿Qué penas podría tener aquella encantadora montañesa?
Pero en vano Carmen enrojecía de placer y de rubor, bajando los ojos; en vano se erguía el espada, orgulloso de sus obras, creyendo que iba a presentarse el fruto esperado. El hijo no venía. Y así transcurrió otro año, sin que el matrimonio viera realizadas sus esperanzas. La señora Angustias se entristecía cuando le hablaban de estas decepciones.
La vaca y el carnero hacen honor á su alto renombre. Todavía hay fresa abundante, y las cerezas entran enredadas unas en otras, porque no les gusta ir solas; que bien se conoce su cortedad de genio en el vivo rubor que enciende sus mejillas. Las uvas y melones no vienen aún; pero Toledo nos manda sabrosos albaricoques.
Palabra del Dia
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