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Actualizado: 13 de mayo de 2025
El amor había ahogado entonces todas las preocupaciones; pero ahora se trataba de una explotación deshonrosa, de una venta que sólo el suponerla le producía vergüenza y rubor. La altivez le hacía recobrar su puesto.
Al través de las sonrisas de la niña, de su modestia y rubor, creía observar un sentimiento de hostilidad que a menudo la desconcertaba. La esposa de Osorio continuaba desplegando el mismo boato, esparciendo profusamente el dinero a despecho de la ruina inminente de su esposo, que tanto había alarmado a Pepa Frías. Esta ruina no había estallado como se pensaba.
Hay un rostro celestial, Que si el rubor lo colora El corazon enamora, Y espresa el mas puro amor; Pero en cada despedida Palidece su semblante, Y mas que su lábio amante Me dice su turbacion.
¡Qué feliz he sido hoy en medio de esos honrados aldeanos! decía á don Silvestre su amigo durante la comida. ¡Cuánta poesía en aquel cuadro que me rodeaba! Porque su expresión no era la que dan la bajeza ni la ignorancia, sino la mansedumbre del justo, ó el rubor de la inocencia.
Y como si mis ojos os penetrasen por la espalda uno y otro volvisteis la cabeza para mirarme y un poco de rubor subió a tus mejillas. ¿Por qué te ruborizabas? Tristán, ¿qué estás diciendo? gritó ella con voz desesperada. Otra noche prosiguió el joven sin hacer caso de aquel grito doloroso estábamos en el teatro de la Comedia en un palco contiguo al de proscenio.
El hombre siente siempre cierto reparo, cierto rubor, en mezclarse en estas negociaciones que requieren las delicadezas y sutiles arbitrios de las damas. Al hombre le parecen, en fin, afeminadas estas gestiones, y aún cuando él mismo las necesite alguna vez, preferirá recurrir al auxilio de una dama antes que al apoyo de otro hombre.
Por la zapatería caían de visita, periódicamente, Pedro Barquín, el cura Chapaprieta, el magistrado don Hermenegildo Asiniego, y otros claros varones de la urbe. El señor Novillo acudía a diario al establecimiento y se dilataba allí varias horas, gran parte del tiempo en el umbral, mirando con disimulo, rendimiento y rubor al balcón florido y pajarero de Felicita Quemada.
Federico de Urbino se hubiera cubierto de rubor y vergüenza si poseyese un libro tan feo como éste.» Cuando Apolonio vió el primer par de calzado yanqui, exclamó: «Esta es invención de salvajes. Prefiero la alpargata, que al menos está hecha a mano.
Denso rubor, como el aterciopelado carmín de las rosas, coloreaba sus mejillas; pero en seguida, al reconocer al mancebo, una sonrisa hospitalaria, hechicera, talismánica, que mostró la blancura de sus dientes, tornó, al pronto, su semblante claro y tranquilo como la luna. ¡Ah!, ¿eres tú, señor don Ramiro? exclamó. ¡Bienvenido seas! Perdón, si ayer os hice daño con la flor, en la calleja.
Después, dirigiéndose a Elena, que estaba escuchando con profunda atención, le preguntó: ¿Qué comprendes tú de todo esto, hija mía? Bajo la transparencia de su piel corrió la llama de rubor. La muchacha bajó los ojos sin responder; pero su cortedad divertía a Lacante, que insistió: Vamos a ver, dinos lo que piensas.
Palabra del Dia
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