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Actualizado: 13 de julio de 2025


Sea como fuere, las mejillas de la pareja del coronel conservaron el rubor virginal y la timidez consiguiente hasta que ambos llegaron al término de su jornada.

Sirva el rubor con que lo confieso de expiación á mi singular audacia y á la petulante idea de convocar tan esclarecido jurado, para dar á conocer uno de los más ridículos abortos que de mente humana han podido salir.

No dejaban de notar esto las muchachas que le lanzaban al pasar miradas ardientes; y más de un confuso rubor, más de un apretón de manos expresivo, le decían: «Yo te amaría fácilmente». Juan no se cuidaba de esas cosas.

Este modo de discurrir a que me entregué cediendo a la fuerza de mis inveterados resabios de mal disfrazado egoísmo, resucitados en presencia de aquél, para , tan nuevo como aflictivo espectáculo, llegó a causarme cierto rubor.

Maltrana fue allá, y vio a su madre en una cama, con los pómulos enrojecidos, la piel ardorosa y los labios violáceos, exhalando el estertor de sus pulmones congestionados. El joven, recordando el dinero que aún guardaba en su casa, sintió cierto rubor al ver a su madre en aquella sala triste, de fría desnudez, junta con otros enfermos.

Por mi parte tengo que confesar con rubor no haber conocido a Álvarez, sino algo después de los veinte años, vale decir, en su obra de pensador, de moralista, de sociólogo, de educador, que lo fue en el más alto concepto del vocablo.

Flavia tomó asiento y yo permanecí en pie ante ella. Luchaba conmigo mismo y creo que hubiera triunfado si en aquel momento no me hubiese dirigido ella una mirada breve, repentina, que equivalía a una interrogación; mirada a la que siguió fugaz rubor. ¡Ah, si la hubieseis visto en aquel instante! Me olvidé del Rey prisionero en Zenda y del que reinaba en Estrelsau.

Por mi parte me resigno fácilmente a separarme ahora de ti, pensando que también se separa otro... ¿Tengo realmente la felicidad de que estés celoso? ¡Lo confieso con rubor! Me hace daño el ver sin cesar a mi tío pisándote los talones. Te engañas, Raúl; te juro que el señor Neris no me ha mostrado jamás más que una benevolencia paternal.

Iré a Rosalinda esta misma tarde exclamó Simón mientras coloreaba el rubor su rostro.

La joven, al ver a Amaury que le ofrecía la mano para ayudarla a echar pie a tierra, no fue dueña de contener un grito de alegría, al mismo tiempo que sus pálidas mejillas, se teñían de un vivo rubor. ¡Amaury! ¡Usted aquí! ¡Dios mío! ¡Qué pálido viene! ¿Está usted herido? No, Antoñita; tranquilícese usted contestó Amaury. Nadie ha resultado herido: ni Felipe ni yo...

Palabra del Dia

dubenic

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