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Actualizado: 13 de septiembre de 2025
Ester se había amaestrado por largo tiempo en el arte de sufrir en silencio: jamás respondía á estos ataques, sino con el rubor que irresistiblemente enrojecía su pálida mejilla y después desaparecía en las profundidades de su alma.
Una ola de rubor subió a las mejillas del sacerdote. Tuvo un momento de vacilación. Vamos, padre insistió ella, sea usted humilde como todos los santos. El Papa lava los pies a los pobres: bien puede usted quitarme a mí las botas. El P. Gil se levantó y empezó con mano temblorosa, rojo como una amapola, a soltar los botones del calzado a su hija de confesión.
Eppie quitó el brazo de atrás de la cabeza del tejedor y adelantó un paso. Sus mejillas estaban encendidas, pero no era de falso rubor: la idea de que su padre estaba sumido en la duda y, la angustia le había quitado esa especie de conciencia de sí misma.
En la almohada quedó la huella de su cabeza; asustada, iba a hacerla desaparecer, cuando, pensándolo mejor, renunció a su propósito, y toda la noche, entre las burdas sábanas de la clínica, abrasándose de rubor, de placer y de amor, estuvo besando locamente su almohada blanca de doncella.
Verdad es que él no iba a pedir nada para sí ni para su familia; pero también es cierto que pedía para sus amigos o protegidos, y que jamás, al pedir, preguntaba: ¿es justo?, sino ¿es posible? El rubor, pues, de don Simón no dejaba de ser algo farisaico.
María se levantó, y echándole los brazos al cuello, le dijo al oído con el rostro encendido de rubor: Quiero decir, tonta, que si tú te avinieses a hacer el oficio de las doncellas de Santa Isabel, yo imitaría a la santa esta noche. Genoveva comprendió vagamente; pero todavía preguntó: ¿Qué oficio?
Vio ascender luego por la escalinata a Mina llevando al pequeño Karl de la mano. El niño le miró, extrañándose de que no fuese hacia ellos lo mismo que antes. Pero la madre siguió su camino tirando de él, sin volver la cabeza, con la mirada perdida para no tropezarse con los ojos de Fernando. Un ligero rubor coloreaba su palidez verdosa: rubor de timidez, de arrepentimiento, de malos recuerdos.
Conversaba con ella, en inefable dulce coloquio, como en otros dias; mirábala llorar de amor, y loco sus lágrimas bebia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Creia verla, entrándome en su alma, pura como mi amor, pura y bendita; creia que me amaba y que era buena... ¡Y era mentira! Triste, marchita y harapienta y sola, ocultando su faz con extraño rubor, casi á mi lado hoy la he visto pasar.
No hay por qué negarlo, hija mía agregó, al ver que Antonia se estremecía e inclinaba la frente como tratando de ocultar su rubor. Ese amor oculto ha sido siempre demasiado sublime y generoso para que te avergüences de él. Tú has sufrido mucho. Celosa e indignada contra ti misma por tus celos, hallaste una tortura y un remordimiento en lo que hay de más santo en el mundo, en un amor virginal.
Mis sueños cuando apenas niño o adolescente, mis sueños cuando joven, ya lleno de vigor, fueron el verte un día, ¡joya del mar de Oriente! secos los ojos negros, alta la tersa frente, sin ceño, sin arrugas, sin manchas de rubor.
Palabra del Dia
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