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Actualizado: 13 de septiembre de 2025
El temor del peligro es mayor escribiendo que hablando; pero también el rubor, la timidez, el recato ceden a veces con más facilidad estando a solas y cara a cara con el papel que cara a cara con un hombre, y quizá rodeada la mujer de personas curiosas y que se supone que serán maldicientes. Así escriben muchas; sueltan prendas que permanecen, y se ven al cabo comprometidas.
¿Había Eva perdido completamente el conocimiento? ¿Vibró en su oído aquella llamada apasionada? ¿Vio a través de sus párpados cerrados aquella cara alterada e inclinada ansiosamente sobre la suya? ¿Adivinó la angustia de aquel corazón poseído por ella y que quería en vano defenderse? Un fugitivo rubor coloreó sus mejillas y una sonrisa pareció dibujarse en sus labios.
El rubor coloró el semblante de doña Luz, quien no acertó a disimular con su amiga íntima el contento y la satisfacción de amor propio que aquello le causaba. ¿Qué recado, qué embajada me traes? ¿Es alguna burla tuya, o de D. Jaime Pimentel? Nada de burla. Esto va de veras y muy de veras. Don Jaime te idolatra.
He aquí que don Manuel era inocente de la deshonra que le hizo nacer, y que Salvador, herido en su orgullo, veía el nombre de su madre hundirse en la infamia, como si hasta aquel momento hubiera estado solamente empañado de un leve rubor. Entonces, mi padre... murmuró temblando.
Si como son conocidos, fuera una mujer a quien quisiera conquistar, la que en otra mesa comiera, hubiera pedido de a doblón: a pocos amigos que encuentre el infeliz se arruina. ¡Necio rubor de no ser rico! ¡Mal entendida vergüenza de no ser calavera! ¿Y aquel otro?
Vieron unos ojos cuyas pupilas de color de ceniza estaban dilatadas por la sorpresa; un rostro de palidez verdosa, algo descarnado, que se coloreó instantáneamente con un acceso de rubor. Parecía asustada de que alguien pudiese oírla. Con un gesto de timidez y contrariedad cerró el instrumento, púsose de pie y marchó hacia la puerta del salón para huir de los dos importunos.
En cuanto a la señora Adelaida, había levantado a Adela, e incapaz de expresar de otro modo su alegría, sollozaba estrechándola contra su corazón, mientras que Adela, confusa, ocultaba entre sus brazos su rubor modesto y su conmovedora emoción.
El hijo del brigadier notó el estremecimiento de sus manos y vio claramente que una ola de rubor había subido a sus mejillas, por más que hubiera vuelto rápidamente la cabeza hacia la puerta del palco: «Ya eres mía,» pensó con la fatuidad propia de los jóvenes que aspiran a sentar plaza de seductores.
De pronto se agrandaban, como si los dilatase el asombro de una visión interna, al mismo tiempo que unas tortuosidades de rubor veteaban sus mejillas.
Miguel se encogió de hombros, riose un poco de la gravedad con que Mendoza le decía todas aquellas cosas, y prometió ir a la Universidad y empezar a estudiar de firme. Después Brutandor le habló con rubor de ciertos apuros económicos que a la sazón padecía.
Palabra del Dia
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