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Actualizado: 4 de septiembre de 2025
Nuestro joven se mostró inflexible; no quiso hablar; afectó tomar una parte muy activa en los juegos de prendas. Entonces la pobre niña dijo con voz débil: Tome V. Miguel no la oyó. Tome V. repitió un poco más alto. Al volverse vio que tenía en las manos un papelito blanco. Comprendió que era el rizo de pelo y lo tomó apretándole al mismo tiempo los dedos con ternura.
Os confieso que en la situación en que me he casado con vos, y por la razón que lo he hecho, me hubiera casado con cualquiera de quien hubiera podido buenamente ser esposa. ¿Sin amor? Sin amor. ¿Pero qué misterio, qué razones son esas? Las vais á oír: en primer lugar, tomad este rizo, guardadlo. ¡Este rizo vuestro! exclamó el joven besándole con locura . Pero esta joya...
De nuevo vaciló Baltasar un minuto. No era creyente macizo y fervoroso como Amparo, pero tampoco ateo persuadido; y sacudió sus labios ligero temblor al proferir la horrible blasfemia. Una cabeza pesada, cubierta de pelo copioso y rizo, descansaba ya sobre su pecho, y el balsámico olor de tabaco que impregnaba a la Tribuna le envolvía.
Tenía puesto un traje de lanilla gris liso y muy ceñido; la respiración pausada y tranquila imprimía a su hermoso pecho un movimiento regular, y un rizo sedoso y negro, escapado de entre las horquillas, le ocultaba parte de la frente.
Doña Clara, entre tanto, había tomado de sobre la mesa un objeto envuelto por un papel y le desenvolvió lentamente. El joven vió un magnífico rizo de pelo negro, sujeto por un no menos magnífico lazo de brillantes. He aquí lo que me casa con vos dijo doña Clara con la voz firme y lenta, aunque grave.
Hagamos, hagamos primero ese rizo dijo la reina ; tú le guardarás y no se usará de él si tú no quieres. Pero hagámosle. Doña Clara ató aquel magnífico ramal de cabellos, haciendo con él una ancha sortija, y la presentó á la reina. Bien dijo Margarita de Austria ; ahora sujétale con este lazo. Doña Clara obedeció.
Su juventud revelábase únicamente en la cara mofletuda, de labios carnosos y salientes, sobre los cuales la virilidad sólo había trazado un ligero bigote. El cabello se ensortijaba en la frente formando un rizo apretado, un moñete al que llevaba con frecuencia su mano carnosa.
¿Y hay conciencias ya entre esos?... ¡pues si se conocieron ayer!... aunque cuando se vieron en la calle, tarde y á obscuras, y ya sabéis que la soledad y las tinieblas... ¡pero señor, si él estaba desesperado!... ¡Ah! ¡el rizo de doña Clara! ¡pues ya entiendo lo que no entendía! ¡Cómo! ¿el rey puede haber sospechado?... El rey no ve más que á dos dedos de sus narices...
Se ha temido; para perder el temor se ha hecho necesario que ese joven sepa todo el enredo. Pero anoche doña Clara declaró solemnemente á la reina, que no llamaba al señor Juan Montiño, que no le ponía en antecedentes, que no permitía que tuviese el rizo... sino siendo su marido.
Cuando sobre el espejo de los cielos tendía el Neblí sus blancas alas; cuando la embergadura de sus ligeras arrastraderas reclinaba en sus tomadores; cuando en la fresca ventolina se largaban gabias y velas altas, crugiendo cables, motones y relingas; cuando no quedaba rizo, trapo, ni estay que al viento no diera cara, entonces era de ver al Neblí besar con sus finísimos tajamares el encaje de espuma con que el creador borda el insondable manto de las ondas.
Palabra del Dia
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