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Actualizado: 4 de septiembre de 2025
Pero ni una contestación de su letra a sus repetidas cartas, ni un rizo de su cabello que besar, ni un blanco cendal de batista que humedecer con sus lágrimas. El desdichado daría la vida por un harapo de su señora. ¡Ah, mundo de dolor y de trastrueques! La trapera es más feliz. ¡Mírala entrar en el portal, mírala mover el polvo! Y acaso el borrador de algún billete escrito a otro amante.
Tanto hubo de ser así que no faltó en aquel tiempo quien asegurase, que el precioso rizo que tenía Pietro Bembo en el principio de su ejemplar de Lucrecio, donde está la invocación a Venus, rizo que se conserva aún en la Biblioteca Ambrosiana de Milán, no era de la Duquesa de Ferrara, sino de la tal donna Olimpia.
»La primera clase procede cō mas suavidad. Entra el amigo siendo garante de aquella desventura. Propone el ingenio del ahijado, celebra la tersura de su escrivir, aunque apenas conocido hasta entonces. No olvida la buena eleccion en los argumentos, y haziendole en lo rizo, crespo y suave, un segundo Vega, pide se le señale hora para manifestar las hazañas de su noble batallador.
Sólo falta que vos me digáis si queréis casaros conmigo. Vuestra duda es impía, doña Clara: ignoro por qué habéis cambiado vuestros desdenes de anoche. Los ha cambiado este rizo. Pero ese rizo... Es mío. ¿Y no me diréis más? Luego; después de las bendiciones, á solas con vos.
A pie van también la chula y su amante, ella orgullosa, él celoso, haciendo ambos mutua ostentación de sus personas: el mozo con calzado de lo fino, pantalón ajustado, pavero y chaquetilla de pana: la chica con el cabello ensortijado, un peinecillo en cada rizo, pañuelo de seda caído sobre la espalda porque no oculte lo primoroso del peinado, y sobre los hombros el gran mantón de Manila que se empeña en los apuros, y por entre cuyos largos flecos asoman a cada paso dé su graciosísimo andar los bajos limpios y los pies chicos.
Y la besó callada y blandamente entre el rizo y la oreja. Cristeta levantó la cabeza, mostrando involuntariamente los ojos llenos de felicidad. Juan había pronunciado aquellas palabras con una expresión nueva, desconocida para ella, y aquel beso fue más casto, más sincero, menos egoísta que los dados en otro tiempo por los mismos labios.
Con esto, y como para consolarse algo, desenlazó el cordón de su vestido y sacó del pecho un rico guardapelo, donde guardaba un rizo de su madre, que se puso a besar.
Entonces Jerónimo quiso conocer á la duquesa, y la conoció. Vió que los cabellos de la duquesa eran rubios, del mismo color que el rizo que estaba encerrado en el medallón. Después preguntó quién era ó había sido el joyero del duque de Gandía. Dijéronselo, y le buscó, y en secreto le preguntó, presentándole un brazalete, si lo había él fabricado.
Según: rabio á ratos, á ratos río, como olla podrida; y si no engordo, no enflaquezco. Decíamos que el duque... pues... decíamos que el duque... ¿qué decíamos, don Francisco? Yo no decía nada. Yo he querido decir algo... pues... quería haberos dicho algo de cierto hijo. No entiendo á vuestra majestad. Pues hablemos de un sobrino. Lo entiendo menos. De un rizo... Continúo á obscuras...
Si se casa mi hijo... nuestro hijo, con una dama, y esa dama concurre á la corte, que lleve algunos días puesto este aderezo, y un medallón en que hay un rizo de mis cabellos. Bien, muy bien, señora. Ahora, caballero, ahora que todo ha concluído entre nosotros, no volváis á verme, sino para algo demasiado grave, para decirme, por ejemplo, si soy tan desgraciada... nuestro hijo ha muerto.
Palabra del Dia
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