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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Los buenos de veras, son esos pobrecitos que viven como indios caribes, sin ver persona humana, muertecitos de jambre, guardándole al amo sus tesoros. Los buenos somos nosotros. Pero el aperador, al pensar en los cortijos del llano no se mostraba tan optimista como el viejo.
Si la tomo... ahí se pudrirá en la tienda.... El Provisor les prohíbe comprar aquí... Ellos, los pobrecitos curas de aldea... ¿qué han de hacer?... ¡Infelices!... Le temen... le temen.... ¡Infame! ¡Infelices! Y don Santos se incorporó como pudo, inclinó la cabeza sobre el pecho, y lloró en silencio. Y repetía de tarde en tarde: ¡Infelices!... Celestina salió de la alcoba sollozando.
Ni el báculo de san Francisco, ni el manto de santa Teresa, ni el ceñidor de san Ignacio de Loyola hicieron nunca curas tan milagrosas como las que habían de operar aquellas hilas, con tan pura intención trabajadas, en las heridas, llagas y tolondrones de los pobrecitos heridos del Norte.
Aquellos señores no podían estar así con las ropas impregnadas de humedad, cansados y desfallecidos por una noche de lucha. ¡Pobrecitos, bastaba verles! Y colocaba sobre la mesa galletas, pasteles, una botella de ron; todo lo que podía encontrar en la despensa, y hasta un paquete de cigarrillos rusos con boquilla dorada que la hortelana miraba con escándalo. Déjalos, tía decía a la pobre vieja.
Y ahora, señor continuó la vieja , los Vargas del Solar somos pobres por culpa del pleito que no termina nunca. Las revoluciones y las guerras nos fundieron... Dicen que para que nos den lo que es nuestro es preciso mensurar el campo con arreglo a los títulos, y para hacer esa mensura se va a necesitar un año, o tal vez más, y muchos hombres, que habrán de vivir como se vive en el Polo; y esto costará mucha plata y la habremos de pagar nosotros... Hay en el campo mucha tierra que no sirve: peñascales, montañas; pero hay minas y hay también buenos pastos. Por mí, no me movería a nada: yo necesito poco para mantenerme. Pero están mis nietos, mis pobrecitos, condenados a vivir en esa tierra de gringos; está mi hija, y quiero verla rica en Buenos Aires con el señorío que merece... Además, pienso en mi finado el doctor, que pasó su vida penando por sacar adelante el pleito. Seguramente que se alegrará en la otra vida si le digo cuando nos encontremos después de mi muerte que el campo ya es de la familia y que lo he conseguido yo. ¡
Debajo del corredor emparrado de la casa del capitán se guarecen. Era ya cerca del amanecer. Al verse en su parroquia, tan próxima á su casa, se le dilata el pecho á Demetria y se le suelta la lengua. ¡Qué ajena estaría su madre de la sorpresa que iba á darle! ¡Cómo dormirían los pobrecitos de sus hermanos! Era necesario aguardar allí á que rayase el alba para no darles un susto.
En fin, me las guillo, que me aguardan en otra parte donde hago muchísima falta, donde me están esperando como agua de Mayo. Aquí estoy de más. Abur....» Despidióle D. Juan en la puerta, y Torquemada bajó la escalera refunfuñando: «No se puede tratar con gente mal agradecida. Voy á entenderme con aquellos pobrecitos.... ¡Qué será de ellos sin mí!»
Yo creo en la Virgen del Sagrario y un poquito en Dios; ¿pero en esos señores? ¡Si los conocieran como yo...! Pero, en fin, todos hemos de vivir, y lo malo no es tener defectos, sino ocultarlos, hacer la comedia como el sinvergüenza de mi yerno, que ahí donde lo ves, grandote como un castillo, se da golpes de pecho, besa el suelo lo mismo que las beatas, está deseando mi muerte, creyendo que guardo algo en mi arcón, y quita lo que puede del cepillo de la Virgen, y roba las velas y hace trampas en el cobro de las misas, y ya estaría en la calle si no fuese por mí, que pienso en mi hija, siempre enferma, y en los pobrecitos de mis nietos.
Pues ahora, para que Francisca se acuerde de mi pobre Pura y rece por ella... ¿Me promete usted que rezarán por ella y por mí? Sí, señor: rezaremos a voces, hasta que se nos caiga la campanilla. Pues aquí tengo doce duros, que destino al socorro de los necesitados que no se determinan a pedir limosna porque les da vergüenza... ¡pobrecitos! son los más dignos de conmiseración».
Sin darse cuenta de ello se fué colocando poco á poco detrás de su amigo. ¿Qué es eso? dijo éste volviéndose. ¿Tienes miedo? ¡Qué harán entonces aquellos que van por allí! Y señaló con la mano un punto que apenas se divisaba en el horizonte. ¿Un barco? preguntó la joven con ansiedad. Sí. ¡Pobrecitos!
Palabra del Dia
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