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Actualizado: 4 de julio de 2025
Ya le obsequiaremos cuando nos caiga la lotería, pues de hoy no pasa que busque yo quien me ceda una peseta en un décimo de los de a tres. Bueno, bueno: anda con Dios». Y se fue la señora a platicar con Frasquito, que animado y locuaz estaba.
Me dieron sendos apretones de manos, que me hicieron ver las estrellas; y mientras volvían a sentarse, a mis ruegos, y me sentaba yo también a los de mi tío entre él y el señor Cura, continuó diciendo el primero, señalando al segundo: El señor don Sabas Peñas, párroco de este pueblo desde que cantó misa... ¡ya hace fecha! porque te advierto que no baja una peseta de los tres duros y medio... Se los llevo bien contados... Buen amigo, buen cumplidor de sus deberes, eso sí, y muy docto en latines de todas clases... y en poner una bala en el corazón de un oso sin que le tiemble el pulso... No se le conoce otro vicio.
¡Tiene un traje de luces nuevo, que se lo ha hecho el mejor sastre, el que viste a Gallardo y a otros matadores! Siete mil reales me cuesta. ¡Me parece que con esto cualquiera se luce!... Me tiene además a mí, que soy capaz de gastarme hasta la última peseta para que haga carrera. ¡Si muchos tuviesen un padre como yo!...
Francisco Sempere, mi compañero de empresas editoriales, que iniciaba entonces su carrera y era todavía simple librero de lance, publicó una edición de LA BARRACA de 700 ejemplares, al precio de una peseta. Tampoco fué considerable el éxito del volumen. Creo que no pasaron de 500 los ejemplares vendidos.
Venga la peseta. Tome usted la peseta. Otra para el papel del recibo..., porque no te pienses que te los voy a dar sin recibo. ¿Otra peseta?... Ahí va. Váyase usted pronto. ¡Ay!, ¡qué día está! dijo Isidora mirando con tristeza al balcón, cuyos cristales, azotados por la lluvia, sonaban con estrépito de perdigonada. ¡Si fueran monedas de cinco duros...! Voy a dar un beso a Riquín.
Dos reales, dos... tú lo has dicho... y basta, sí. ¿Sabes tú los milagros que hace Nina con media peseta?». En esto llegó Daniela muy alarmada, diciendo que llamaba a la puerta Frasquito; y Obdulia, que por la mirilla le había visto, opinó que no se abriera, a fin de evitar otro escándalo como el de la calle Imperial. Pero ¿quién le había dicho las señas del nuevo domicilio?
Sí... No haber más que un Dios, un Dios solo. ¿Y a mí, qué? Por mí que haigan dos o cuarenta, todos los que ellos mesmos quieran haberse... Pero di, gorrón, me has quitado la peseta. No me importa. Pa ti era. ¡Un Dios solo!». Y viéndole coger el palo, se puso la mujer en guardia, diciéndole: «Ea, no pegues, Jai.
Pues bueno: yo soy Juan Claridades; después de atender a todo lo del día, me ha sobrado una peseta. Téngala... Por Dios, señá Benina dijo Frasquito palideciendo primero, después rojo. No haga melindres, que le vendrá muy bien para que pueda pagarle a Bernarda la cama de anoche. ¡Qué ángel, santo Dios, qué ángel! Déjese de angelorios, y coja la moneda. ¿No quiere? Pues usted se lo pierde.
Apenas llegaron a los corredores del primer patio, viéronse rodeadas por pelotones de mujeres y chicos, y para evitar piques y celos, Jacinta tuvo que poner algo en todas las manos. Quién cogía la peseta, quién el duro o el medio duro.
El hospital de Santa Ana, cuya fábrica emprendía entonces el arzobispo Loayza, recibió también una limosna de dos mil pesos, sin que nadie, a excepción del ilustrísimo, supiera el nombre del caritativo. Lo positivo es que quien ganó con creces en el negocio fué don Antonio de Ribera. En Sevilla la estaca le había costado media peseta.
Palabra del Dia
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