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Actualizado: 10 de junio de 2025
Por este arte despotricaba en sus adentros Leto Pérez bajando una mañana hacia el muelle, sin corbata ni chaleco, con una ancha boina en la cabeza y, por todo ropaje exterior, una americanilla y unos pantalones de lienzo. Como arreglaba la marcha al compás de los pensamientos, andaba con relativa lentitud, algo cabizbajo y con las manos en los bolsillos.
El de Mesía tembló como azogado, mandó ensillar la mula y, sin chistar ni mistar, obedeció el precepto. Desde entonces ella llevó en la casa los pantalones, y él fué el más fiel de los maridos de que hacen mención las historias sagradas y profanas, como que sabía que le iba la pelleja en el primer tropezón en que lo pillase madama. Mucho cuento es tener por compañera una mujer de asta y rejón.
Se aproximó á un grupo, en el centro del cual un hombre joven, descalzo, con pantalones elegantes y la camisa abierta de pecho, hablaba y hablaba, arropándose de vez en cuando en una manta que habían puesto sobre sus hombros. Describía con una mezcla de italiano y francés la pérdida del Californian. Este pasajero había despertado al oír el primer cañonazo del sumergible contra el vapor.
Vaya, vaya... Que sea por muchos años. Y al decir esto, paseaba por la habitación con sus zapatos de cura, que parecían querer escapársele a cada paso, acompañando sus movimientos con un monótono chac-chac. Tenía en sus piernas algo inexplicable que parecía repeler los lacios pantalones que las cubrían.
Las señoras del diván contempláronlas con lástima y se hicieron una leve señal con los ojos, que quería decir: ¡pobre joven! Después se hicieron otra señal, que significaba: ¡qué pantalones tan bonitos lleva, y qué bien calzado está! Indudablemente aquel muchacho les fue simpático.
Los marineros, que también participaban de él, se habían descuidado, y la falúa, abandonada a sí misma, se acercó a la orilla y embarrancó. En vez de susto, lo que aquel lance produjo fue risa y algazara. Los marineros se remangaron los pantalones y se echaron al agua, y al momento nos pusieron a flote. Pero la paciencia del tío de Elenita había tocado a su fin.
Uno de ellos llevaba dos dedos de grasa en el cuello del gabán; a otro le faltaban los botones; otro no gastaba puños en la camisa. Y todos, absolutamente todos, tenían los pantalones deshilachados.
Cuando Miguel entró estaba vivamente satisfecho porque los pantalones que estrenaba le habían salido muy bien. Dio tres o cuatro vueltecitas taconeando por el gabinete, y parándose delante del espejo, dijo: ¿Qué tal, Miguel, te gustan estos pantalones? Miguel no entendía casi nada, pero contestó afirmativamente.
Rafael dio un paso atrás, sintiendo el vaho de aquella boca anhelante y rabiosa que buscaba hacer presa en sus piernas, pero se tranquilizó al ver que el perro, tras una corta indecisión, movía bondadosamente la cola y se limitaba a husmear los pantalones para convencerse de la identidad de la persona.
Susana guardó la carta, pues no quiso abrirla delante del curioso filósofo, y contestó jovialmente que sí, que había muchas cosas para el tío: un buen sobretodo largo, un par de pantalones, tres camisas, zapatos, calcetines... Era una vergüenza que fuera con esa facha a comer a casa del Presidente; la misma tía Silda, ¿qué diría?... ¿Dinero?
Palabra del Dia
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