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Actualizado: 10 de noviembre de 2025


Había oído decir a un magistrado, no hacía mucho tiempo, que el barro de Madrid quemaba y destruía la ropa como un corrosivo, lo cual tenía su explicación en la piedra del pavimento, por regla general caliza. «¡Buenos me voy a poner los pantalonesiba diciendo para mis adentros, con acento doloroso. La muchedumbre ascendía con lento paso.

Ni ella ni él veían esto; la criada estaba entusiasmada, enternecida; Bonis se lo agradecía en el alma, mientras se ponía los pantalones al revés y tenía que deshacer la equivocación, temblando, anhelante, dudando si romper una vez más con lo convencional y echar a correr en calzoncillos por la casa adelante.

Mira, tienes varios caminos: o te casas con el estampador de la calle de Juanelo, o te vas en busca de aquel Sr. Botín de otros tiempos y le pides el estanco que te prometió. Pondremos estanco y cacharrería en dos tiendas juntas de una buena calle, y no habrá quien nos tosa... Pero en mi casa no entran pantalones; ¿te conviene? Otra cosa te propongo. ¿Quieres ser ama de cura?

El otro día me puso una carta en la mano; pero yo la dejé caer. ¿Pues? Es un tío lila, ¿sabes? ¿Pero no acabas de decirme que le quieres? ¡Qué yo si le quiero! dijo alzando los hombros con displicencia. Pues eres la más interesada en el asunto. Desde un día en que le vi de paisano con unos pantalones muy cortos, se me ha quitado bastante la ilusión.

No lo creas: en el colegio, y aun después que salimos, en las casas de huéspedes, nos vemos precisados a hacer cosas peores. ¡Cuántos botones habré pegado yo en mi vida! ¡Y cuántas veces habré recosido los pantalones cuando se rozaban por debajo! ¿De veras? ¡Vaya! Marta se maravillaba sinceramente.

La familia bendecía su nombre y lo encomendaba a Dios con fervor, mañana y tarde, en sus plegarias; sus hermanos menores tenían pantalones nuevos, y se pensaba nada menos que enviar a los dos más pequeños a la escuela.

Vendían, juntamente con el raso y el organdí, encajes flamencos y catalanes, alepín para chalecos, ante para pantalones, corbatas de color de las llamadas guirindolas, y carrikes de cuatro cuellos, que estaban entonces en moda. El patrón era un irlandés gordo y suculento, de cara encendida, lustrosa y redonda como un queso de Flandes.

No bebía ni fumaba, ni podía resistir calzado, ni gorra, ni chaqueta. Ordinariamente no llevaba más prendas sobre su cuerpo que la camisa y los pantalones, con las perneras remangadas hasta la pantorrilla y las mangas hasta el codo; y, así y todo, Cornias resultaba limpio y simpático. De honradez y lealtad no se hablara, porque se le podía entregar a ciegas oro molido.

El primero en medio de los otros dos, metidas las manos en los bolsillos de sus anchos pantalones, tiradas hacia la espalda las solapas de la levita consabida, y el hongo muy calado sobre el cogote.

Para él lo interesante era saber que el gentleman no iba á morir. Hasta pensó que ofrecería un aspecto más gracioso vestido con arreglo á las indicaciones del tribuno. Siempre le había causado un malestar indefinible verlo con pantalones, lo mismo que una mujer, contra todas las conveniencias establecidas por las costumbres y la gloriosa historia del país.

Palabra del Dia

vengado

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