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Actualizado: 10 de noviembre de 2025
Donde quiera que se encontrase aquel cuerpo larguirucho, aquel gabán raído, aquellos pantalones con rodilleras y tal cual remiendo, no se podía dudar que, con sus pobres trazas, Ramón Limioso era un verdadero señor desde sus principios así decían los aldeanos y no hecho a puñetazos, como otros.
Mira propuso a Jacinta, cogiéndole un brazo ; en cuanto vayas hoy a tu casa, has de ver si tiene tu marido algunos pantalones que no le sirvan... Puede que no tenga porque ¡ya hemos hecho tantos escrutinios en su guardarropa!». No sé, no sé dijo la señora de Santa Cruz, procurando recordar... me parece. Si no manifestó prontamente la de Rubín , yo traeré unos del mío...
Abajo, alpargatas rotas, siempre manchadas de barro; viejos pantalones de pana; manos escamosas, ásperas, conservando en las grietas de la piel la tierra de su huertecito, un cuadrado de hortalizas que tenía frente á la barraca, y muchas veces era lo único que llenaba su puchero.
Toda su admiración era para las nurses del ejército inglés, damas enjutas, de nervioso vigor, que aparecían retratadas en los periódicos con pantalones, botas de montar y casco blanco. Julio la oía con asombro. ¿Pero aquella mujer era realmente Margarita?... La guerra había borrado su graciosa frivolidad. Ya no marchaba como un pájaro.
Venturita, sin considerar que tenía un hermano y una hermana de más edad, se estremecía deliciosamente pensando que algún día pudiera ser «la señora marquesa» o «la señora condesa». Pero aquel marido que tenía era ¡tan obscuro! ¡tan enemigo de mezclarse en política, ni darse importancia! ¡Oh, si ella fuese la que llevara los pantalones, ya se vería hasta dónde llegaba!
Gabriel, con su aspecto enfermizo, su misterioso ensimismamiento y la historia confusa de sus grandes viajes por el mundo, no le inspiraba menos interés. Hasta hablaba con marcada deferencia al viejo Vara de palo, por ser hombre y estar viudo. Como decía el perrero, los pantalones volvían loca a la pobre en aquella casa donde la mayor parte de los hombres llevaban faldas.
Los transeúntes cruzaban por la acera muy de prisa, armados de paraguas e impermeables, chapalateando sobre el fango, que salpicaba las sayas remangadas de las mujeres, los pantalones recogidos o las altas botas de los hombres.
A continuación se quitó la camisa, quedando sin más que los pantalones y las altas botas. Luego se inclinó, y agarrando dos puñados de nieve, empezó á frotarse el tronco, un poco angosto, y los brazos nervudos. El príncipe se estremeció de sorpresa y de frío, lo mismo que muchos de los espectadores.
De vuelta á casa, ya anochecido, encontró, al doblar la esquina de la calle de Hita, un anciano mendigo y haraposo, con pantalones de soldado, la cabeza al aire, un andrajo de chaqueta por los hombros, y mostrando el pecho desnudo. Cara más venerable no se podía encontrar sino en las estampas del Año cristiano.
Esta invitación no la hacía á todos los visitantes: pero con él era distinto; él había ido á Roma en peregrinación y había visto el cuerpo de San Ignacio. Pasaron del castillejo al monasterio por una galería cubierta, en la que trabajaban varios obreros con pantalones y blusas del mismo azul celeste que el manto de la Virgen.
Palabra del Dia
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