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Actualizado: 12 de julio de 2025


La guarda es tomada; la ampolleta muele, buen viaje haremos, si Dios quiere. Cuando acababa de pasar la arena de la ampolleta, o sea cada media hora, uno de los pajes debía gritar, para que lo oyesen los marineros: Buena es la que va, mejor es la que viene; una es pasada y en dos muele, más molerá si Dios quiere. Cuenta y pasa que buen viaje faza. ¡Ah de proa; alerta, buena guardia!

Luego llegaron doce pajes con el maestresala, para llevarle a comer, que ya los señores le aguardaban. Cogiéronle en medio, y, lleno de pompa y majestad, le llevaron a otra sala, donde estaba puesta una rica mesa con solos cuatro servicios.

Frente á la abadía de San Andrés se abría una gran plaza que á la llegada de nuestros caballeros estaba ocupada por multitud de gentes del pueblo atraídas por la curiosidad, soldados, religiosos, pajes y vendedores ambulantes.

El fogón de la nave era llamado «la isla de las ollas» por su gran número, pues cada grupo cuidaba de la suya. Y cuando llegaba la hora de la comida, los mismos pajes que acababan de tender para los marineros un mantel en el suelo, con platos de madera, daban a gritos la señal. Tabla, tabla, señor capitán, piloto, maestre y buena compaña. Tabla puesta, vianda presta.

Esto fué contagioso, pues inmediatamente estornudaron también las hermosas muchachas de la Guardia, los pajes de los abanicos, los conductores de las literas de honor, y, como si las ondas del aire transmitiesen la epidemia con la rapidez de un huracán, estornudaron igualmente todos los diputados y senadores de las tribunas, así como los altos personajes del estrado del gobierno.

Poco costó al barón y sus soldados, una vez montados, dispersar á los pajes y servidores del rey que los rodeaban, y se lanzaron al galope en dirección á la colina donde esperaban refugiarse. El inesperado y furioso ataque de Guillermo Fenton con sus cuatrocientos arqueros había llevado á medio campamento una confusión espantosa y sembrado la muerte á su paso.

La pequeña Judit agregó el notario, una jovencita que hace siete u ocho años fue admitida como figuranta en el cuerpo de baile. Aguarde usted... dijo el profesor de Derecho con un tono algo pedante. ¿Una rubita que en La Muda hacía el papel de uno de los pajes del virrey?

Multitud de dichos y de ingeniosidades se encuentran en tales sermones, y en cuanto á sus sentencias, sirva esta de ejemplo: «En tiempo del mencionado señor ilustrísimo don Ambrosio Ignacio Espínola y Guzmán, arzobispo de esta ciudad de Sevilla, se construyó en su palacio una magnífica escalera de piedra de jaspe, y como Amaro iba diariamente al palacio á procurar limosna, luego que vió concluida la escalera subió por ella y preguntó á los pajes que estaban al paso que cuánto había costado aquella alhaja: le dijeron una cantidad excesiva, por oir lo que se le ocurriera á Amaro, el que respondió con gran prontitud: Muy santo debe ser su ilustrísima, pues se ha atrevido á hacer lo que no hizo Cristo, pues el diablo le pidió á su Divina Majestad que convirtiese las piedras en pan y su ilustrísima lo ha hecho al revés porque el pan de las pobres lo ha convertido en piedras que sólo sirven para obstentar la grandeza y vanidad de este mundo.

El abuelo no le hablaba jamás. El niño, entretanto, vagando por el caserón, miraba por los vidrios a los muchachos que jugaban en la plazuela, subía a la estancia de labor en el último piso de la torre, o bajaba a la cuadra de los pajes, en el corral, para llevarles algunas golosinas que apartaba de sus propias colaciones. Ellos, al verle aparecer, salían a las puertas, sonrientes y famélicos.

Me detengo y busco en mi ilusión los pajes con antorchas o el escudero armado que cierra la marcha.

Palabra del Dia

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