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Actualizado: 12 de julio de 2025
Y con vuestra venia, barón, me vuelvo á ver qué hacen aquellos tunantes de pajes.... Pero es que si no viramos iremos á dar en las rocas antes que os sentéis de nuevo á la mesa, dijo el capitán. Pues entonces, virad, con mil de á caballo, gruñó el señor de Butrón. ¿Permitís, amigo barón? En aquel instante se oyó la voz de los vigías: "¡Rocas á proa!"
Asomaba en todo clara y manifiesta la gran riqueza de la bella indiana, y era de ver el lujo de las libreas de los pajes, que solícitos y diestros, y seis u ocho en número, las viandas servían, yendo sin cesar de los bufetes a la mesa y de la mesa a los bufetes.
Jerónimo murió al fin; habían pasado dos años sin que el señor Francisco recibiese noticias de su sobrino, cuando su sobrino se le presentó de repente como llovido del cielo y portador de una carta de su hermano el arcipreste; aquella carta podía ser la resolución del misterio, y como este misterio se había agravado para Montiño desde el momento en que había creído encontrar en el semblante del joven ciertos rasgos de semejanza con una alta persona á quien conocía demasiado, sintió una comezón aguda por apoderarse de aquella carta; pero siempre cauto y prudente disimuló aquella comezón, afectó la mayor indiferencia hacia su sobrino, y sólo volvió á anudar el interrumpido diálogo con el joven, después de haber dado á los pajes dos docenas de platos y seis docenas de órdenes y advertencias.
Los lacayos, los pajes, los chambelanes, con sus medias de seda y sus casaquines, iban detrás de la reina Masicas, cargándole la cola. Y Loppi almorzó contento, y bebió en copa tallada su anisete más fino, seguro de que Masicas tenía ya cuanto podía tener.
Quedaban dos pajes cerca de la bitácora velando la ampolleta, un reloj de arena que molía dejaba pasar su contenido en media hora. Así medían el tiempo en la obscuridad de la noche. Y siguiendo una tradición, decían los pajes al entrar de guardia: Bendita la hora en que Dios nació, Santa María que lo parió, San Juan que lo bautizó.
Todos aquellos muchachos son pajes para señores, y aquellas muchachas, doncellas para señoras de media talla , que han menester el don para la autoridad de las casas que entran a servir , y agora les acaban de bautizar con el don.
Uno de ellos pasó muy cerca de sus ojos, y entonces pudo descubrir que era una mujer, aunque más joven y esbelta que la profesora de inglés. Los otros soldados tenían idéntico aspecto y también eran mujeres, lo mismo que los tripulantes de las máquinas voladoras. Sus cabelleras cortas y rizadas, como la de los pajes antiguos, estaban cubiertas con un casquete de metal amarillo semejante al oro.
En la jornada cuarta llega al fin la deseada noche: Imeneo entra en casa de su amada; sus criados, que guardan la puerta, se dejan dominar del miedo, y huyen en tropel cuando aparece el marqués con sus pajes. El hermano de Febea ve confirmada sus sospechas al tropezar con una capa de los fugitivos, y penetra iracundo en el aposento de su hermana.
D. TELL. Celio, Mira quién está llamando. ¿No hay pajes en esta sala? CELIO. ¡Vive Dios, señor, que es Sancho! Este mismo labrador De quien estamos hablando. D. TELL. ¿Hay mayor atrevimiento? CELIO. Así vivas muchos años, Que veas lo que te quiere. D. TELL. Di que entre, que aquí le aguardo. SANCHO. Dame, gran señor, los pies. D. TELL. ¿Adónde, Sancho, has estado, Que ha días que no te he visto?
Adoración iba detrás, cogida a la falda de Jacinta, como los pajes que llevan la cola de los reyes, y delante abriendo calle, como un batidor, la zancuda, que aquel día parecía tener las canillas más desarrolladas y las greñas más sueltas. Jacinta le había llevado unas botas, y estaba la chica muy incomodada porque su madre no se las dejaba poner hasta el domingo.
Palabra del Dia
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