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Actualizado: 25 de junio de 2025


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El propietario de La Rinconada, rico cortijo con pequeña plaza de toros, era un entusiasta que tenía la mesa dispuesta y abierto el pajar para todos los aficionados famélicos que quisieran divertirle lidiando sus reses. Juanillo fue allá en días de miseria con otros compañeros, para comer a la salud del hidalgo campestre aunque fuese a costa de algunos revolcones.

Como si también los perros comprendiesen su derecho a ser atendidos antes que nadie, acudieron desde el rincón más oscuro, y olvidando el cansancio, exhalaban famélicos bostezos, meneando la cola y levantando el partido hocico.

Desnoyers creyó estar rodeado de una tribu de indios famélicos y embrutecidos, igual á las que había visto en sus viajes de aventurero. Traía con él desde París una cantidad de piezas de oro, y sacó una moneda, haciéndola brillar al sol. Necesitaba pan, necesitaba todo lo que fuese comestible: pagaría sin regatear.

No había una mancha de prosperidad y riqueza en el mísero mapa de España, que no la ocupasen ellos. En las pobres regiones del interior, condenadas á hambre perpetua y á un cultivo africano, no conocían su existencia. La España mísera quedaba para los curas montaraces y famélicos, para los merodeadores despreciables del ejército de la Fe.

El nacimiento del domingo de gloria, tiene por mantillas cientos de pieles de otros tantos pobres animales inmolados ante el ara de miles de famélicos dientes, que por espacio de cuarenta días han estado soñando con carne. Los tres días de Pascua los celebran con el nombre del pascuhan.

Las circunstancias anormales porque pasaba el país con la sequía de cuatro meses y es preciso saber lo que esto supone en Misiones hacía que los perros de los peones, ya famélicos en tiempo de abundancia, llevaran sus pillajes nocturnos a un grado intolerable. En pleno día, Cooper había tenido ocasión de perder tres gallinas, arrebatadas por los perros hacia el monte.

La mayoría de los redactores fue nombrada por el conde; algunos eran hijos de sus tertulianos asiduos, otros periodistas famélicos a quienes debía algún suelto laudatorio. Por fin apareció el primer número. Grande fue la sorpresa de Miguel al leer debajo del título otro rengloncito corto que decía: «Director: don Pedro Mendoza y PimentelNo pudo reprimir un sentimiento de indignación.

La alimentación de Obdulia llegó a ser el problema capital de la casa, y entre las desganas y los caprichos famélicos de la niña, las madres perdían su tiempo, y la paciencia que Dios les había concedido al por mayor. Un día le daban, a costa de grandes sacrificios, manjares ricos y substanciosos, y la niña los tiraba por la ventana; otro, se hartaba de bazofias que le producían horroroso flato.

El hospital y la cárcel fueron buscados como refugios venturosos, donde se comía regularmente y como de milagro. Millares de infelices se fraguaban pústulas sangrientas o perpetraban delitos para ser alimentados. Las calles estaban llenas de limosneros fingidos; los campos, de falsos anacoretas; los puertos, de famélicos hidalgos que venían a pedir una plaza en los galeones.

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