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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Todavía es de maravillar cómo los individuos que a ella pertenecen no están más enclenques y decaídos, mereciendo el apodo de D. Pereciendo o de D. Líquido con que suele motejarlos la baja plebe. El gallardo tipo del torero debe estimularlos con emulación. Bien lo da a entender el poeta cuando dice en elogio del insigne Pedro Romero: Das a las tiernas damas mil cuidados, y envidia a sus amantes.
Mucho que sí. Necesítase un ser que todo lo fíe al movimiento, un ser audaz que desprecie á todos los mencionados como enclenques ó tardígrados, que considere la corteza como cosa subordinada y concentre la fuerza en sí. El crustáceo rodeábase de una especie de esqueleto exterior.
Vinieron gentes nuevas, y como que el monte es corto y de forma bella, y desde él se ve a la ciudad, con sus casas bajas, de patios de arbolado, como una gran cesta de esmeraldas y ópalos, limpiaron de piedras y yerbajos la tierra que, bien abonada, no resultó ingrata; y de la mejor parte del monte hicieron un jardín que entre los pueblos de América no tiene rival, puesto que no es uno de esos jardinuelos de flores enclenques, y arbustos podados, con trocitos de césped entre enverjados de alambre, que más que cosa alguna dan idea de esclavitud y artificio, y de los que con desagrado se aparta la gente buena y discreta; sino uno como bosque de nuestras tierras, con nuestras propias y grandes flores y nuestros árboles frutales, dispuestos con tal arte que están allí con gracia y abandono, y en grupos irregulares y como poco cuidados, de tal manera que no parece que aquellos bambúes, plátanos y naranjos han sido llevados allí por las manos de jardinero, ni aquellos lirios de agua, puestos como en montón que bordan el estrecho arroyo cargado de aguas secas, fueron allí trasplantados como en realidad fueron: antes bien, parece que todo aquello floreció allí de suyo y con libre albedrío, de modo que allí el alma se goza y comunica sin temor, y no bien hay en la ciudad una persona feliz, ya necesita ir a decírselo al montecito que nunca se ve solo, ni de día ni de noche.
Se acostumbró a esta idea y miraba a sus amigos y parientes como a los figurines de las sastrerías: en efecto, los veía tan enclenques de espíritu que se le antojaban de papel marquilla. Los pollos de la aristocracia acabaron por confesar que Ana era una excepción; o calculaba más que sus mismas tías, o era una virtud efectiva.
Por ahí subían lentamente unos arrieros, silbando una canción popular, arreando a unos cuantos asnillos enclenques cargados de loza arribeña: ollas y cazuelas vidriadas que centelleaban con el sol. Un ranchero, jinete en parda mula, venía por el llano, y allá, cerca de las vertientes del Escobillar, trazaban las yuntas surcos profundos en la tierra negra y vigorosa.
Esta moza, que muestra desnuda la espalda, ambos pies, el brazo y parte de la pierna izquierda, es quizás la más gallarda figura de mujer que pintó Velázquez. En ella parecen haberse refugiado toda la lozanía, gracia y vigor que se echa de menos en los cuerpos enclenques y los rostros paliduchos de las infantas y las reinas.
Mas, ¿á qué precio hacemos esto? Al precio de una efusión espantosa de fuerza, de un despilfarro cerebral que enerva más y más la actual generación. Son prodigiosas nuestras obras y nuestros hijos enclenques. Notad que ese gran esfuerzo, esa excesiva producción, es obra de un corto número. La América da poco, el Asia nada.
En los tiempos en que las ruecas zumbaban activamente en las granjas, en que las mismas grandes damas, vestidas de sedas y encajes, tenían sus pequeñas ruecas de encina lustrada, a veces se veía, ya sea en los caminos de los distritos apartados, ya sea en el seno profundo de las colinas, a ciertos hombres pálidos y enclenques que, comparados con las gentes vigorosas de los campos, parecían ser los últimos vestigios de una raza desheredada.
Hubo para los cuellos del mayorazgo, hubo para su colmena, para su cara, para su garrote, y hubo ... que contener á don Silvestre, que, embravecido como un toro con aquellas banderillas que tan inhumanamente ponía á su inofensivo desparpajo cerril la intransigente civilización, quiso acometer á garrotazos á aquella turba de enclenques, famélicos, petardistas, vagabundos y tahures que poblaban el salón, disfrazados de personas decentes.
Pues si la receta no falla ni en naturalezas míseras y enclenques y de mal enderezados pensamientos, ¡qué prodigios no obrará en la tuya, que es modelo de naturalezas ricas, nobles y bien equilibradas?
Palabra del Dia
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