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Actualizado: 8 de junio de 2025
7 El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias: Al que venciere, daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del Paraíso de Dios. 8 Y escribe al ángel de la Iglesia de Esmirna: El primero y el postrero, que fue muerto, y vive, dice estas cosas: 10 No tengas ningún temor de las cosas que has de padecer.
¡Ni siquiera nos mira! dijo Pepe Vera . Oiga usted, prenda. Un rey es y mira a un gato. Y cuidado, caballeros, que es buena moza; a pesar de que... ¿A pesar de qué? dijo uno de sus compañeros. A pesar de ser tuerta dijo Pepe. Al oír estas palabras, María no pudo contener un movimiento involuntario y fijó en el grupo sus grandes ojos atónitos.
La niña de Rojas, al convencerse de que el norteamericano huía verdaderamente, hizo un gesto de cólera, al mismo tiempo que lanzaba palabras suplicantes: ¡No se vaya, gringuito!... Oiga, don Ricardo; no se ofenda... Mire que esto sólo ha sido para reir, lo mismo que otras veces.
Sólo os pido una cosa... que venga el señor Magistral. Quiero que me oiga en confesión el señor De Pas; necesito que me oiga, y que me perdone. Agapita lloró sobre el pecho flaco de su padre. Desde la sala habían oído el diálogo Somoza y la hija menor de Guimarán, Perpetua. Media hora después toda Vetusta sabía el milagro. «¡El Ateo llamaba al Magistral para que le ayudara a bien morir!».
Choca, querido dijo alzándola de nuevo y alargándole la mano. Vete en paz á hablar con tu novia y que Dios te proteja. Se estrecharon la mano y el majo se alejó precipitadamente. Gracias, señor Pedro murmuró Gabino conmovido. ¡Oiga! le gritó cuando ya el otro estaba lejos. Velázquez volvió sobre sus pasos. Quisiera pagarle de algún modo el favor que me hace.
Pero la fuerza del escrúpulo era en ella mucho mayor de lo que sin duda usted creía. Si no, oiga usted... Y Ferpierre leyó en voz alta las páginas de la memoria más significativas. El sentido de las confesiones le parecía esa segunda vez más claro, la lucha de aquella conciencia más grave.
Si salen con ella un domingo por la tarde, se van parando en todas las tabernas del camino, dejándola, si se tercia, a la pobrecilla a la puerta, o llamándola para que oiga alguna sandez, que la pone más colorada que una amapola... ¡Calle, calle, señora, si hay cada mostrenco que, como Dios me ha de juzgar, no vale el pan que come!... El otro día encontró a Tomasina... ya sabe, la del tío Rufo, que no hace tan siquiera un año que se casó con un oficial de Próspero... Pues iba en aquel mismo instante a por dos reales en casa de su padre para comprar un pan, porque en todo aquel día no había comido un bocado.
El artista, loco de contento, quería comunicárselo al atribulado padre, y medio se echó de la cama para decirle: «D. Francisco, no llore, que el chico vive.... Me lo dice el corazón, me lo dice una voz secreta.... Viviremos todos y seremos felices. ¡Ay, hijo de mi alma! exclamó el Peor; y abrazándole otra vez: Dios le oiga á usted. ¡Qué consuelo tan grande me da!
Al fin, descuidado y satisfecho, después de haber sostenido larga y acalorada discusión en el café, se retiraba el redactor en jefe del Faro hacia su casa, cuando inopinadamente le sale al encuentro el irritable teniente, que le dice con su voz chillona: Oiga usted, mocito, ¿quiere usted repetirme ahora las insolencias que ha dicho en el papelucho de don Rosendo? Tendría mucho gusto en ello.
Levantose grave, determinada, como el día que peroró en el banquete del Círculo Rojo. Oiga usté pronunció con tono despreciativo , esto que nos ha dado usté no nos hace falta, ni para nada lo queremos. Vaya usté a engañar con ello a donde haya bobos. Zeñora, no ha zío mi ánimo....
Palabra del Dia
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