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Actualizado: 8 de julio de 2025
Enojáos cuanto queráis conmigo, señor; pero no oiga vuecencia á Pelegrín Santos, pobre hidalgo que os debe cuanto es, sino á la voz severa de la verdad; sucédame cuanto quiera, aunque vuecencia irritado conmigo me haga pagar cara mi lealtad, no puedo callar por más tiempo. Porque se hace necesario prevenir el mal, necesario de todo punto; no se puede perder un minuto. Sigue, sigue, Pelegrín.
El catalán sonreía de un modo beatífico, acabando de decir esto. Un silencio lúgubre siguió a sus palabras. Quién más, quién menos, todos estábamos irritados de tal desvergüenza, y teníamos los ojos puestos en el plato. Al cabo de algunos segundos, Cueto levantó la cabeza, y encarándose con él, le preguntó con impertinencia: Oiga usté, señor Llagostera, ¿su padre de usté era de Cabra?
Oiga usted, señor, lo que me ocurrió hace cinco años me refería en una ocasión el viejo Bartoli, mientras comíamos; el caso me sucedió en esta misma mesa donde estamos, una tarde de invierno, como ahora.
La muchacha, que dormitaba en la cocina, acompañó a Millán. Cuando subió de abrirle la puerta de la calle, estaban los dos hermanos sentados en el comedor junto a doña Manuela. Esperemos a que papá se duerma decía Leocadia no sea que nos oiga.
Al llegar la noche comenzó a pasear, agitadamente, por uno de los corredores. Poco rato después pasó por allí Marroquín que iba al comedor a cenar: el cura le dejó cruzar a su lado sin saludarle; pero cuando estaba a unos cuantos pasos de distancia, le llamó: «Oiga usted una palabra, Sr.
Mozos y mozas formaban pintorescos grupos dentro y fuera del pórtico, que empezaban a moverse en dirección al pueblo. En uno de ellos atisbó a la morenita que le había llamado la atención. Oiga usted, Celesto, ¿quién es aquella chica morena que está a la izquierda del hombre de la boina? ¿Cuál, la del pañuelo azul?
"¿No? dijo al mismo punto , pues oiga vuestra merced un pedacito de un librillo que tengo hecho a las once mil vírgenes, adonde a cada una he compuesto cincuenta octavas, cosa rica." Yo por excusarme de tanto millón de octavas, le supliqué no me dijese cosa a lo divino, y así me comenzó a recitar una comedia que tenía más jornadas que el camino de Jerusalén.
Voy á terminar este dia con algunas curiosidades. Primera curiosidad. Un amigo nos ha referido lo que oyó en Sevilla, á un hombre y á una mujer del pueblo. Es el caso que una mujer, jóven y hermosa, pasaba por cierto lugar. Un hombre se aproxima á ella, y la dice: oiga usted, cuando ese cuarto se desalquile, puede avisarme, porque yo lo quiero habitar.
Un día le dijo a su madre: «Oiga usted, madre. El campo me fastidia. Me he propuesto ir a la corte; quiero ver al rey y a la reina.» La pobre madre se echó a temblar al oír aquellas palabras. «Hijo exclamó , ¿quién te ha metido en la cabeza semejante desatino?
Déjeme usted en paz con sus botas y sus camisas... Lo que yo quiero es mi equipaje, ¿sabe?... ¿Qué rayos tenía usted que ver con él, ni por qué se ha metido donde no le llamaban? Oiga usted, señor mío, me parece que no hay razón para faltarme exclamó D. Nemesio encrespándose. La culpa ha sido de los dos, señor Puig, me apresuré yo a decir.
Palabra del Dia
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