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Y el muchacho, sonámbulo, embriagado por la Naturaleza, hipnotizado por la extraña contemplación, movía la cabeza ridiculamente, y al par que pensaba que todo aquello era magnífico para puesto en verso, tarareaba la célebre obertura con tanta fe como si fuera el propio Tannhauser escandalizando con su himno a la corte del landgrave. Andresito... oye; oiga usted.

Sin embargo, fue preciso, al fin, porque se llegaba la hora de confortar los estómagos. Isabel había dejado a Villa y tenía abrazada a Gloria por la cintura. Ambas fueron quedando rezagadas a la salida. Cuando iba a transponer la puerta, Isabel me llamó: Oiga usted una palabrita Sanjurjo. Al mismo tiempo se retiró hacia el fondo de la gruta, arrastrando a Gloria.

Llegaron al gabinete donde estaba el piano. Dejando que marcharan delante Alonso e Isidora, D. José se llegó a Miquis y en voz baja le dijo: «Oiga usted lo que pienso, amigo D. Augusto: ¡Lo que es el mundo!... ¡Que unos tengan tanto y otros tan poco!... Es un insulto a la humanidad que haya estos palacios tan ricos, y que tantos pobres tengan que dormir en las calles... Vamos, le digo a usted que tiene que venir una revolución grande, atroz.

Tal vez.... ¿Quieres mantequilla? Juana: ¡traiga usted la mantequilla! Yo voy a escribir esta tarde, para que si alguno viene no tenga que esperar.... Luego tengo que andar a las carreras. Oiga usted, tía: si Angelina me escribe, ya lo sabe usted, luego, lueguito, me manda usted, la carta. Le diré a Mauricio que pase por acá todos los días. ¡Bueno! Con él te mandaré la ropa.

Decía él que abría el corazón por única vez al primero que quería oírle. Por la boca muere el pez, ya lo . No soy yo de los que olvidan que en boca cerrada no entran moscas; pero con usted no tengo inconveniente en ser explícito y franco, acaso por la primera vez en mi vida. Pues bien, oiga usted el secreto. Y lo decía. Hablaba en voz baja, con misterio.

Hullin observaba a la anciana mujer, cuya mirada se animaba, y, a su pesar, sufría la influencia de los mismos temores. Oiga usted, Catalina dijo Juan Claudio de improviso , cuando habla usted de un modo razonable no seré yo el que la contradiga... Lo que dice usted ahora es posible... No lo creo, pero es preciso salir de dudas.

María Teresa con voz seria y cariñosa continuó: Deje un momento sus números. ¿Quiere que yo participe de su cena, diga?... Llevaremos la mesa al gabinete de vestir; dejaremos la puerta abierta para velar a papá, sin que nos oiga. Vamos, vamos, abandone sus papeles durante cinco minutos, y venga a hacer la cenita... Juan no pudo resistir más.

Oiga usted, amigo dijo al cabo con mal humor un presbítero que reventaba de gordo y se había quitado el alzacuello para comer mejor. ¿Es usted el encargado de las cédulas personales? Sánchez le miró estupefacto. ¿De las cédulas?... No, señor.

Juanito es muy bueno.... Pero ¿y Rafael? Cada vez estoy más orgullosa de él.... ¡Qué guapo! Es el vivo retrato de su padre, el segundo marido de usted. Estas palabras de Teresa debieron halagar mucho a la señora, pues correspondió a ellas con una sonrisa. Pero oiga usted, Manuela: tengo entendido que Rafael le da muchos disgustos. Algo hay de eso; pero... ¿qué quiere usted, Antonio?

¿Puede haber nada más hermoso ni más pacífico que un país en que no se habla? Ciertamente que no, y por lo menos nada puede haber más silencioso. Aquí nada se habla, nada se dice, nada se oye. ¿Y no se habla, me dirás, porque no hay quien oiga, o no se oye porque no hay quien hable?