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Actualizado: 8 de julio de 2025
Oiga usted, Pinedo, no me acordaba ya dijo arreglando el abanico de cartas que tema en la mano , ¿por que tenía usted interés esta mañana en hacer pasar por un santo delante de su hija al perdido de Alcántara? Es un secreto respondió el gran vividor. ¡Que se diga, que se diga! exclamaron a un tiempo Pepa y Clementina. Se hizo de rogar un poco.
El Delfín sintió aquellos pasos detrás de sí, y una misteriosa aprensión, la conciencia tal vez, le dijo de quién eran. Volviose a punto que la temblorosa voz del otro decía: «Oiga usted». Parose en firme Santa Cruz, y aunque no le conocía bien, le tuvo por quien era sin dudar un momento. «¿Qué se le ofrece a usted?».
Está bien, mi general. Cuando el comandante Ramírez, después de hacer su saludo, salía por la puerta del despacho, el brigadier volvió a llamarle. Oiga usted, Ramírez, ¿cómo le he dicho que trajese a los presos? Amarrados codo con codo, mi general. Perfectamente. Vaya usted con Dios.
Pues mire usted, amigo me respondió con mucha calma, soltando el consabido chorrito por el colmillo, al verle a usted tan bravo, cualquiera diría que le han tocado en lo vivo. Si es así, ¡a ello! Yo le doy la absolución... Oiga usted: le prevengo que no ha sido ocurrencia mía. Todo el mundo dice por ahí que le hace usted la rosca a la monjita: ¡conque ojo!
Es que usted es navarra y con sal y yo quiero probar de esa sal replicó Martín. Pues tenga usted cuidado no le haga daño. ¿Quién lleva usted en el coche? Unas viejas. ¿Volverá usted por aquí? En cuanto pueda. Pues, adiós. Adiós, hermosa. Oiga usted. Si le preguntan por donde hemos ido diga usted que nos hemos quedado aquí. Bueno, así lo haré. El coche pasó por delante de Los Arcos.
Óiga... para no gastar palabras inútiles y sobre todo para no hacerle afirmaciones que usted puede poner en duda, no he de repetirle que lo quiero... pero en cambio le propongo algo que será una prueba decisiva de mi sinceridad. Adriana, deje primero que le haga una última súplica.
San Pedro no puede amparar nunca á gente tan desalmada como tú, y si se perdieron las regatas, Dios sabe por qué fué. Por falta de puños, pa que usté lo sepa. Grita, grita más alto; que te lo oiga el tu marido que por allá abajo asoma, y mira después ónde te metes.
Oiga, don Inglés. Vamos á hacer una prueba. Había sacado de un bolsillo de su pantalón una pistola de dos cañones de enorme calibre.
Hacía preguntas al capataz sobre el cultivo de las viñas, alabando el aspecto de las de Dupont, y el señor Fermín, halagado en su orgullo de cultivador, se decía que aquellos jesuitas no eran tan despreciables como los consideraba su amigo don Fernando. Oiga su mercé, padre: Marchamalo no hay más que uno; esto es la flor del campo de Jerez.
El que no tenga entendimiento, fantasía y corazon para comprender y sentir la gran belleza que el genio de un hombre esculpió en ese lienzo; el que no oiga dentro de su alma, muy dentro, lo que le dice ese silencio arrebatador, esa elocuencia que no habla con la boca, esa elocuencia muda, y que por lo mismo es más sublime; quien no tenga el talento del entusiasmo, como tuvo Murillo el talento del arte, apenas podrá entender una palabra de esa lengua divina.
Palabra del Dia
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